Las replicas del terremoto electoral del domingo han comenzado de inmediato, las primeras fueron las caras largas en La Moneda, a pesar de las fotos optimistas a que obligó el equipo de imagen de la Presidencia donde la Gobernante y los Presidentes de Partido posaron con rostros que delataban una extrema tensión.
Siguieron con las autocríticas que ha habido en todas las tiendas políticas que conforman la concertación oficialista, en la que no han faltado quienes se han disparado culpabilidades de todo tipo al tratar de explicar estos desastrosos resultados obtenidos por los gubernistas.
La siguiente, y quizás la más folclórica, fue el planteamiento del Ministro José Antonio Viera Gallo, que profundizó la propuesta presidencial de alianza con los comunistas en las Parlamentarias, proponiendo inclusive que fuesen incorporados al Gabinete de la Presidente Bachelet.
Pero, como era de esperar la replica más fuerte se está sintiendo en la democracia cristiana, donde el primer efecto fue la renuncia de Soledad Alvear de Martínez, la Señora del Gute, a la Presidencia de la colectividad falangista y su bajada de la carrera presidencial.
Nosotros creemos que en la colectividad DC habrá una habrá pasada de cuenta, pues además de la impactante baja de votación, a la reducción de los Alcaldes elegidos, se debe sumar un tremendo deterioro en la convivencia partidaria, que terminó con la tradicional confraternidad que demostraban.
A pesar de las declaraciones de unidad y amistad partidaria nosotros creemos que la democracia cristiana está irremisiblemente fracturada, con tres claras vertientes, una de extrema izquierda, bastante numerosa, una centrista, cada vez más reducida, y una de derecha que se encuentra en situación de emigración.
La democracia cristiana, al aliarse con los socialistas, abdicó de sus principios cristianos y se convirtió en cómplice de sistemas abortistas, del fomento a la destrucción de la familia con el divorcio y se transformo en aval, cuándo no en culpable, de deleznables actos de corrupción.
Es difícil mantener una colectividad política que ha perdido el alma y a la que solo mantiene formando parte de una coalición de Gobierno por afanes de poder o por la defensa de las prebendas personales, o societarias, que esta permanencia proporciona a un grupo de privilegiados de sus asociados.
Creemos que la DC, con su raigambre corporativista fascista y su posterior afiliación a la Internacional demócrata cristiana, con bandeos impactantes que la han llevado a derecha e izquierda, ha llegado al final de su vida política, faltando ahora solo la confección de una bonita lápida.