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martes, 31 de agosto de 2010

Los derechos de todos....., por Mario Montes.

Los derechos de todos.....,

por Mario Montes.


Se dice, en algunos sectores, que callar ante situaciones conflictivas es una demostración de prudencia y sensatez, nosotros estamos ciertos que no reclamar ante situaciones aberrantes es una cobardía que nos convierte en complices de aquellos en lo que “internamente” no compartimos o en lo que estamos en desacuerdo.


En otros grupos ciudadanos esta lógica de callar se da por simple conveniencia, sea porque uno quiere aumentar sus ingresos no provocando “molestias” a nuestros patronos o simplemente por la ambición de obtener dividendos por “negocios” que facilita la amistad con los ocupantes de turno del Palacio de Gobierno.


Existe una caterva de personajes a los que les importa poco lo que suceda con el país, a los que solo preocupa su situación personal, sea en lo material o en los referente al esparcimento, que no están dispuestos a terminar con la francachela en que viven y que ha relajado sus valores a la categoría del desenfreno total.


Estas posiciones que buien podemos calificar de cobardes o de egocéntricas son las que permiten que los Gobiernos abusen de la ciudadanía, sea por la conculcación de sus derechos básicos o por la implantación de una desatada corruptela que se convierte en una carga insoportoable para los hombros de la ciudadanía, especialmente para los más humildes.


Un premisa cierta, y que lamentablemente siempre se reproduce en la realidad, es que si permitimos que a un grupo se le nieguen sus derechos, como acurre con los ex Militares peserguidos y apresados por manipulaciones legales, debemos estar ciertos que es un mal inicio que asegura que más temprano que tarde se negarán los derechos del resto.


Creemos que es grave, ya no es solo la defensa de los derechos del débil con el que están abusando, es una obligación ineluduble de salvaguardiar nuestros derechos como personas o grupos que seguramente serán atropellados en un futuro cercano, con el doloroso agravante que tampoco habrá nadie que nos defienda cuándo llegue la situación.


Lo que agraba más la situación es que pequeños grupos, muy bien organizados y financiados desde el estranjero presionan como si fueran la “voz del país”, suplantando las determinaciones populares, con lo que obtienen de las Administraciones Gubernamentales todos los beneficios, satisfacciones y prebendas que al resto le son sustraidas.


Si no cree lo que planteamos revise las inmensas cantidades de recursos que se ha destinados para “indemnizar” a quienes quebraron el sistema democrático o los ingentes gastos que ha realizado el Fisco, todos, para comprar tierras que son entregadas a los Mapuches so pena de escalar un conflicto que es minoritario en esa etnia.


La logica más elemental indica que unos pocos que gritan hacen más ruido que millones que callan, lo que transforma a una minoritaria “grita” en la voz del pueblo que los poderozos quieren escuchar, lo que les lleva a satisfacer sus demandas en forma casi inmediata postergando las del resto, generalmente más urgentes, en beneficio de los gritones.


Si queremos ser escuchados en nuestras demandas de una Justicia independiente y seria, que termine con las persecuciones abusivas que inicio la concertación, y que continuó el Gobierno de Piñera, contra los militares que debieron combatir al terrorismo, debemos formar un coro de gritos que reclame por nuestras peticiones.



lunes, 30 de agosto de 2010

Oportunidades para Chile, por Hernán Felipe Errázuriz.


Oportunidades para Chile,

por Hernán Felipe Errázuriz.


Algo raro pasa. Los presidentes de Ecuador y de Venezuela se abrazan con el nuevo mandatario colombiano, al que Chávez calificara de oligarca y mafioso. Evo Morales y Alan García no se insultan. Argentina y Uruguay superaron sus diferencias por la papelera. Ecuador y Perú consolidaron sus lazos. Chile y Perú decidieron estrechar la cooperación oficial. García visitó la embajada de Chile en Lima para celebrar la epopeya de los mineros y no se volvió a mencionar el Huáscar.

¿Qué ha pasado? Chávez, asediado y deteriorado económicamente, limitó sus aventuras internacionales, y Correa y Morales ya no le son dóciles. También favorecen a este cuadro la estabilidad económica predominante en Latinoamérica y el que, salvo en Argentina, ningún mandatario de la región aspira a ser reelecto en los próximos años.

Se abren oportunidades para la cooperación en Latinoamérica. El Presidente Piñera, su canciller, asesores y embajadores las están aprovechando. Descomprimieron tensiones vecinales y el Presidente se incorporó con fluidez a una región plagada de divisiones. Pagó el ingreso con el apoyo a Néstor Kirchner como secretario de Unasur, lo que lo favoreció con Cristina Fernández. Se revitalizaron los lazos con Ecuador y se revirtió la propuesta de Alan García para que Ecuador se desentendiera de los tratados que fijan los límites marítimos a través de paralelos. Se descongelaron las relaciones con Perú. El diálogo sobre la mediterraneidad boliviana se aclaró y se hará sobre bases factibles. Nuevos acuerdos ampliaron los vínculos con Brasil. Celebraremos el Bicentenario en buenos términos con los mandatarios de la región.

No basta lo logrado. Hay que seguir velando por la defensa en La Haya; solucionar el traspié con la embajada en China; dar mayor contenido a las relaciones vecinales y extravecinales; institucionalizar, sin retóricas, la integración y la defensa de la democracia en Latinoamérica; contribuir con discreción a cubrir el vacío que dejará Lula en América Latina; aprovechar las afinidades con los gobiernos de derecha predominantes en Europa; retomar la defensa del libre comercio amagado en Europa, Estados Unidos, Argentina, Ecuador y Venezuela; diseñar instrumentos para proteger, jurídica y efectivamente, las inversiones chilenas en el extranjero de los riesgos políticos; dar fuerza a la transferencia del conocimiento desde el exterior; mejorar la coordinación de la Cancillería con las demás reparticiones del Estado y modernizarla; acercarnos a nuevos referentes como el G-20 y fortalecer la importancia geoestratégica de Arica.

La lista es más larga, las oportunidades aún mayores, y en los desafíos caben todos los chilenos.



sábado, 28 de agosto de 2010

Treinta y tres chilenos y una japonesa, por Jorge Edwards.

Treinta y tres chilenos y una japonesa,

por Jorge Edwards.

A fines de los años sesenta del siglo pasado y a comienzos de los setenta se hablaba de Chile a cada rato en los medios franceses y europeos. Cuba había estado de moda, con dos personajes que sorprendían y provocaban delirios colectivos, Fidel Castro y el Che Guevara, pero daba la impresión de que la posta pasaba a Chile, con su revolución pacífica, con sus experimentos políticos de otro tono y de otras dimensiones, con sus líderes de larga trayectoria parlamentaria y de cuello y corbata. Todo eso es hoy día historia muy antigua. Leyenda, si ustedes quieren. La gente del mundo hispanoamericano siente que lo suyo ha pasado de moda, que América Latina de nuevo es un continente más bien lejano y olvidado, salvo en lo que se refiere a algunas inversiones, algunos proyectos. Pero antes salíamos a cada rato en las pantallas, había foros, reuniones, congresos de todos los colores del arco iris. Ahora, en cambio, se habla más de la India, de Pakistán, de China y Japón, de Africa del Sur, de otros puntos del planeta. Algunos miembros de la tribu de los anclados en París, tribu en la que figuraron en épocas pasadas emblemas y estandartes ilustres, gente como Vicente Huidobro, César Vallejo, Julio Cortázar, Roberto Matta, Wilfredo Lam, se quejan de nuestra virtual desaparición. Como no soy tan ansioso ni tan inquieto, más bien me sonrío, pero me digo que el silencio de nuestras regiones se hace notar.


Y de repente se produce un fenómeno completamente imprevisto, que adquiere en pocas horas, aquí y en otros lugares de Europa, un carácter mediático extraordinario. La cosa no viene por el lado de la poesía o la pintura, ni por el de la política revolucionaria. Es lo nuevo, lo interesante, lo revelador de todo el asunto. Se produce un derrumbe en una mira de cobre y de oro en Copiapó y treinta y tres obreros quedan atrapados a setecientos metros de profundidad. En el primer día, los medios de aquí no dicen nada, o publican alguna línea perdida. Pero después se sabe que los obreros se han organizado en su refugio subterráneo, con inteligencia, con una voluntad de vivir que rompe todos los esquemas, con un sentido de disciplina solidaria que impresiona. Después se conoce la reacción del Gobierno, todavía muy nuevo para los observadores del Viejo Mundo, y todos tienen que admitir que es rápida, que tiene una agilidad que sólo se puede calificar de juvenil. Los comentarios franceses del principio insisten en la crítica a las empresas, en las condiciones deficientes de seguridad que existían en esa mina, en un concepto no declarado, pero implícito: el de nuestro atraso como sociedad, el de nuestro subdesarrollo. Pero la prensa, a las 24 horas, se empieza a dar cuenta de otros aspectos del episodio: la disciplina férrea de los mineros, por ejemplo, su voluntad, su buen espíritu, o la actitud del ministro de Minas de ese lejano país, que llega de inmediato a terreno, permanece ahí, dirigiendo todas las operaciones de rescate, y que cuando logra comunicarse por teléfono con los atrapados demuestra una alegría, un entusiasmo auténtico, actitudes que contradicen las teorías políticas que circulan por estos lados. La primera reacción de Le Monde, en otras palabras, fue más bien trillada, demasiado vista y escuchada, pero la de los diarios de la mañana siguiente, ampliada por radios y canales de televisión, fue de respeto humano y a veces de indudable, auténtica emoción. El Figaro mostró en su portada a un Sebastián Piñera sonriente, que exhibía el cartel sencillo, escrito en caracteres rojos más o menos irregulares, con las dos manos: “Estamos bien en el refugio. Los 33”.


Ese modesto cartel ya es parte de nuestra historia. Y es algo que los franceses y los europeos han entendido a la perfección, en su sencillez y en su fuerza, incluso en su grandeza. Las catástrofes de esta parte desarrollada y altamente civilizada del planeta no siempre son manejadas con tanto sentido de urgencia, con tan eficiente organización, con tanta garra. Ni siquiera las de los Estados Unidos, a pesar de sus sistemas satelitales, de sus centros de emergencia, de sus comunicaciones superiores. En otras palabras, hubo un momento de respeto, de atención a nosotros. Hacía largos años que no ocupábamos tanto espacio en la prensa europea. Chile mostraba sus virtudes específicas, diferentes: las siete palabras del mensaje mandado por los 33 mineros, 32 chilenos y un boliviano, para más señas, eran más elocuentes que muchos torrentes de palabras pronunciadas por nuestros cacofónicos líderes carismáticos.


Ahora vendrá un período de silencio, un cambio de página, pero todo, a pesar de las apariencias, queda. Cuando los mineros salgan por fin de esa trampa subterránea, y ahora los chilenos estamos seguros de que van a poder salir, habrá un estallido de euforia en la prensa de por acá y se hablará de nuevo del tema durante 24 horas. Volverán las críticas, necesarias, por lo demás, y supongo que tomaremos medidas de seguridad más estrictas, pero la hazaña humana no se olvidará. Y será mejor que todas las imágenes de país estudiadas, promocionadas, transmitidas con la más moderna tecnología: mejor que todos los videos y folletos turísticos.


Asistí anoche a un concierto de una joven pianista japonesa en la bella iglesia de Saint-Julien le Pauvre, que pertenece a los comienzos del arte gótico y se encuentra al lado de la rue Saint-Jacques, es decir, en las primeras etapas del Camino de Santiago cuando se lo emprendía desde el lado francés. ¿Qué tendrá que ver esto, se preguntarán ustedes, con el caso de la mina de Copiapó? Pues bien, me parece que tiene mucho que ver. La joven y frágil japonesa interpretaba a Chopin y a Liszt con una fuerza, una intensidad, una libertad sobrehumanas. Era un Chopin diferente, a pesar de la absoluta precisión de su intérprete: de repente me hacía pensar en sonidos, en acordes de Igor Stravinsky. En un bis, tocó un scherzo de Chopin en ritmo de jazz y arrancó sonrisas, risas y aplausos desaforados. Tiene, pensaba yo, la misma fortaleza que los mineros atrapados en la mina. No la podrá derrotar absolutamente nadie.



viernes, 27 de agosto de 2010

Luces y sombras de la epopeya, por Roberto Ampuero.

Luces y sombras de la epopeya,

por Roberto Ampuero.


Nunca me había quedado más claro que en estos días de búsqueda de los mineros qué es ser chileno: para los de abajo, era saber que nunca los dejaríamos de buscar; para los de arriba, saber que teníamos que encontrarlos aunque fuese a chuzo y pala. Como nación los perdimos, como nación los encontramos y como nación los rescataremos.


No siempre ocurre así en el mundo, es bueno recordarlo. A veces se suspende la búsqueda pues se da por muertos a los mineros o el rescate se declara físicamente imposible. Surgen así un santuario, animitas, la peregrinación. Nuestra experiencia, única en el mundo, establece una precedencia nueva en el mundo: no importa en qué nivel están atrapados, la búsqueda no se cancela pues los mineros pueden estar vivos. Quizás ése es el mejor mensaje que un país puede enviar a su gente: eres mi hijo, no te abandono, te recuperaré.


Examino con alegría y orgullo cómo los medios internacionales celebran que los mineros estén con vida. Pero esos medios dejan entrever algo más: la existencia de una firme voluntad política gubernamental de buscarlos y rescatarlos; de una sociedad organizada y en funciones, que no escatima recursos en el rescate; de un país del sur que sorprende por la seriedad y eficiencia con que enfrenta retos. No es casual que afuera se subraye que se trata del mismo país que hace poco registró un número relativamente bajo de víctimas en uno de los peores terremotos de la humanidad. Es curioso, mientras el Bicentenario nos interroga por los rasgos de la identidad chilena profunda, los extranjeros advierten algunos de ellos a vuelo de pájaro: capacidad de resistencia, tenacidad, fe en nosotros mismos.


El modo en que en estas semanas Chile goza la comunión nacional expresa amor por el país y, además, otra cosa: expresa asimismo el anhelo íntimo de construir un país mejor, más solidario y acogedor, menos dividido y socialmente más integrador, de menos odiosidades, amenazas y temores, de más esperanzas y sueños compartidos. Expresa nuestra insatisfacción con el país que ahora tenemos, la convicción de que podemos construir algo superior, la sospecha de que en algún recodo de este camino de 200 años perdimos el rumbo, la inspiración inicial de los próceres. Expresa también que de los políticos no esperamos sólo pragmatismo y realismo, sino también la capacidad de soñar con una patria mejor en lo humano.


Como país carente de carnaval, sólo tenemos experiencia de comunión y catarsis nacional en terremotos, la Teletón, un mundial de fútbol o las fiestas patrias. La epopeya que escriben ahora Chile y los 33 mineros puede tornarse una coyuntura iluminadora si políticos, empresarios e iglesias, la sociedad en su conjunto, extraen las conclusiones acertadas y contagian al país de un proyecto verdaderamente nacional de dimensión humana, sin discriminación ni marginación. Tal vez a los chilenos del Bicentenario nos corresponda reinventar Chile.


Confieso que junto a las esperanzas abrigo también temores. Temo que, en un país con mala memoria, olvidemos a los mineros en estos tres o cuatro meses de rescate. Temo que políticos intenten llevar agua a su molino durante esta epopeya. Temo que intereses económicos comercialicen la etapa que viene, la conviertan en lucrativo reality show y perjudiquen la armonía entre mineros. Temo que perdamos la comunión profunda que alcanzamos. Temo que dentro de poco volvamos a ser los de antes.