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sábado, 30 de enero de 2010

La colaboración y la confrontación, por Jorge Edwards.


La colaboración y la confrontación,

por Jorge Edwards.

Durante los primeros años de la Concertación, en el tiempo de la democracia de los acuerdos, la atmósfera política era mucho mejor que la de ahora: más fresca, más novedosa, con mayor capacidad de creación. Uno de los problemas de la Concertación actual, quizá el mayor de todos, consiste en que se olvidó de sus orígenes. Me gusta recordar, por ejemplo, que se llamaba y se hablaba siempre de Concertación para la Democracia. Chile había perdido durante largo tiempo su forma democrática de gobierno, su tradicional y sólido estado de derecho, pero no los había olvidado por completo. En esos años recuperaba la memoria, y el recuerdo reciente de la arbitrariedad, de la falta de garantías ciudadanas, que podía golpear a cualquiera, ayudaba a recuperarla. Ahora nos dicen que las condiciones cambiaron, que no hay el menor peligro de boinazos, de golpes involutivos, de esas cosas propias de un pasado oscuro, y que la democracia de los acuerdos es, por consiguiente, una antigualla, un perfecto anacronismo.

Pues bien, no estoy de acuerdo. No veo, además, la coherencia lógica del razonamiento. Es como decir: desapareció el gendarme, el paco de la esquina, y podemos volver a las andadas. En primer lugar, aunque la expresión es buena, aunque está dotada de buenos poderes de comunicación, es, en el fondo, una redundancia. Toda democracia es una democracia de los acuerdos, que permite la competencia, la presentación de alternativas legítimas, pero que también exige ciertos niveles mínimos de consenso. En una sociedad todavía atrasada como la nuestra, desigual, llena de carencias graves en todos los terrenos, la necesidad de alcanzar convenios transversales en algunos puntos críticos es una tremenda realidad política. Sebastián Piñera lo planteó con claridad a lo largo de su campaña, lo replantea como Presidente electo, y no se equivoca. Las críticas que ha recibido eran perfectamente previsibles y no pasan de ser lugares comunes, demostraciones de intenciones más cargadas de ideología que de buena política. En cambio, ha recibido acogidas esperanzadas y hasta aplausos que sí son novedosos: del ex Presidente Aylwin, de Alejandro Foxley y, según leemos ahora en la prensa, de José Miguel Insulza, que dijo que le había gustado el tono del discurso de Piñera en la tarde del día de las elecciones. A buen entendedor, digo yo, pocas palabras.

El espíritu de consenso, de conciliación, en oposición al de confrontación, es un tema esencial de la vida política chilena de las últimas décadas y está muy lejos de haber pasado de moda. El problema es que en los orígenes de la izquierda actual, que arrancan del marxismo del siglo XIX, las ideas de lucha de clases y de dictadura del proletariado, esto es, de guerra en el interior de la sociedad, son esenciales. Ahora, a raíz de algunas declaraciones, tengo la impresión de que en Chile hemos capeado temporales con habilidad, pero de que hemos reflexionado poco. Ni el país es el mismo de hace veinte o más años, ni las ideas vigentes pueden ser las mismas. Escuché con gran atención el discurso del uruguayo José Mujica, ex miembro del movimiento Tupamaro, cuando ganó las elecciones suyas hace algunas semanas: aquí no hay vencedores ni vencidos, dijo textualmente, aquí tenemos que ponernos a trabajar todos para desarrollar el país. Era, con otro lenguaje y desde otro ángulo, la propuesta de una democracia de consensos amplios. Lo contrario de lo que dijo Salvador Allende cuando anunció que no sería presidente de todos los chilenos. No entender estos fenómenos, no analizarlos en forma seria, sin demagogia, tiene consecuencias reales. No es un asunto puramente gratuito.

La misma noche de mi llegada como representante diplomático a La Habana, en la primera semana de diciembre de 1970, el Comandante Fidel Castro, a propósito de los peligros de la situación chilena, me dijo que si teníamos problemas, no vaciláramos en pedirle ayuda, y agregó la siguiente frase de antología: porque seremos malos para producir, pero para pelear sí que somos buenos. ¡Qué frase, qué noción de las cosas, qué pesadas consecuencias para los ciudadanos de a pie! Habría sido mucho mejor para todos que Fidel hubiera podido pronunciar la frase exactamente inversa. Pero él, en ese momento, invocaba al pie de la letra la teoría de la confrontación social, que era uno de los dogmas de la izquierda de hace más de treinta años, y que mostraba sus efectos en el caso de Cuba en forma descarnada. Fidel, bueno para pelear, malo para producir, se enfrentó con el gigante norteamericano con singular energía, con ínfulas quijotescas, como David contra Goliat, ¿y qué resultó para su país? Era la glorificación de la lucha, de la guerra, frente a los consensos, que siempre son más grises, menos épicos, además de menos verbales, menos aptos para los grandes discursos.

En pocos días, el tema de la democracia de los consensos ha calado hondo en la Concertación y ha producido algunos terremotos internos. No sé si terminará por dividirla, pero si fuera así, las consecuencias serían bastante graves, además de imprevisibles. La gran pregunta es si seguir con el siglo XIX, con Carlos Marx, con la violencia como partera de la historia, con el historicismo utópico y autoritario, o decidirse a pasar al siglo XXI. Mi opinión personal, y podría defenderla si tuviera espacio, y tiempo, y ganas, es que la democracia de los acuerdos, que podríamos bautizar con muchos otros nombres, es vigente, contemporánea, incluso posmoderna, y que el concepto de lucha de clases, con todo su interés, con sus aspectos reveladores, está bastante cerca de cumplir doscientos años. Me viene a la memoria, entonces, otro recuerdo de mi paso por Cuba de hace ya casi cuatro décadas. El embajador de Yugoeslavia, que me visitaba a menudo y con quien tuve largas y amistosas conversaciones, había sido el editor de la revista política más importante de su país. Era un hombre de cultura filosófica y un observador agudo de los sucesos. Un día me dijo, a propósito del marxismo más bien primario que imperaba en Cuba: aquí no se han dado cuenta de que no hay ninguna filosofía que dure cien años. Mi amigo, que llegó a despedirme al aeropuerto a sabiendas de que yo había caído en desgracia, tenía razón, y a veces me pregunto qué habría dicho si estuviera en el Chile de ahora.



viernes, 29 de enero de 2010

Robustecimiento de la democracia, por John Biehl del Río.


Robustecimiento de la democracia,

por John Biehl del Río (*)

Luego de las elecciones presidenciales, ganadas por Sebastián Piñera sobre Eduardo Frei, ha existido gran calma en el país, ejemplar deberíamos decir. La victoria se ha celebrado con prudencia y la derrota se ha llorado en silencio.

Son muchas y variadas las razones que han intentado explicar el fracaso electoral de la Concertación para ganar un quinto período presidencial consecutivo. Algunas de éstas culpan a personas o grupos; otras a errores políticos, y así sucesivamente se repiten argumentos en torno a viejos problemas, que muy poco tienen de originales.

En un intento por resumir tantos ángulos que buscan justificar lo sucedido, simplifico en que es precisamente en la campaña política donde la coalición gobernante demuestra que no estaba preparada para un quinto período y, más aun, que afrontar todos sus problemas internos desde el gobierno pudo llegar a ser negativo para Chile.

En un esfuerzo casi alocado por unir y zanjar divisiones internas, se hicieron concesiones a diferentes grupos, sin reflexión y en ocasiones sin cordura. La coalición gobernante descubrió muy tarde que no era en la campaña electoral donde podía corregir una petrificación que arrastraba 20 años.

A pesar de representar al gobierno más popular de los cuatro que ejerció la Concertación, las simpatías por la Presidenta Bachelet no alcanzaron. Su propio gobierno fue reflejo de una coalición incapaz de enmendar rumbos. Ella misma, luego de un largo comienzo tambaleante, entrega lo mejor de sí con cariño y alegría, cuando su desprendimiento e intuición en los nombramientos la llevan a colocar a Edmundo Pérez Yoma como ministro del Interior. Ello contribuyó a un muy buen gobierno presidencial para el bien del país, donde la Presidenta concentró sus esfuerzos.

Por otra parte, no son tantos ni tan serios los argumentos dados para explicar la victoria de Sebastián Piñera. Que la gente quería un cambio luego de 20 años no es suficiente, menos frente al gobierno mejor evaluado de los cuatro consecutivos de la coalición. Es probable que, luego de la severa crisis moral y económica internacional, el país haya buscado, casi instintivamente, un gobierno que asegurara una manera más estable de afrontar los retos, sin los riesgos de buscar soluciones en pasados muertos. No era posible pretender excluir por siempre de la conducción del Poder Ejecutivo a la mitad de los chilenos.

Tampoco es posible continuar con un país donde esa mitad es dueña de casi todas las tierras y empresas; medios de comunicación y universidades, y en donde la concentración del ingreso no cesa en sus tendencias negativas. Con todo lo positivo de los gobiernos de la Concertación, lo que será un día calificado como histórico y donde el país volvió a restituir el humanismo y la solidaridad, ésta nunca encontró la fórmula de aplicar plenamente en los hechos las gigantescas conquistas después de período dictatorial tan oscuro y cruel.

El país espera del Presidente electo no sólo que continúe y perfeccione algunas políticas sociales, sino que también corrija rumbos y sepa interpretar con coraje los cambios que se requieren luego de que la crisis internacional dejara tantas injusticias al descubierto. No son retos fáciles, pero son imprescindibles. Quienes recibirán el país en unos días lo harán esta vez de un modo completamente diferente. Se trata de un país solvente, con grandes reservas y mucho optimismo, en el sentido de poder alcanzar niveles de un país desarrollado.

La bienvenida democrática al poder de la oposición no puede ser tomada como la reanudación, sin armas esta vez, de un enfrentamiento entre chilenos. Es preciso entender que en la educación, la salud, mayores autonomías regionales y tantas otras materias importantes, las soluciones deben fundarse sólidamente en acuerdos políticos. No se trata de volver a política de acuerdos puntuales, que algún día fue necesaria. Es construir juntos una forma de gobernar que sepa comprender que superar los retos para que los beneficios del desarrollo se compartan mejor entre todos los chilenos demanda el coraje de saber concordar, con igual o más fuerza, aquel mandato irrenunciable e imprescindible de señalar discrepancias desde la oposición.

Nota de la Redacción:

Hemos tomado esta columna del Diario La Segunda por considerar que es un excelente análisis del resultado de las elecciones recientes, motivo por el cual lo hemos integrado como reemplazo del editorial de nuestro Director)

(*)John Biehl del Río, Abogado, cientista político, ex Embajador en Estados Unidos y ex Ministro Secretario General de la Presidencia en la Administración de Eduardo Frei Ruiz Tagle. En la actualidad es funcionario de la OEA, Departamento de Asuntos Políticos. Aunque su filiación es de independiente, es una hombre de la democracia cristiana.


jueves, 28 de enero de 2010

Homenaje a Micheletti y al pueblo hondureño.

Los desprestigiaron, les trataron de golpistas, ambiciosos y hasta de fascistas, los aislaron miserablemente y la mayoría de los países retiró sus representaciones diplomáticas como muestra de molestia por el golpe de Estado del 28 de junio de 2009.

Se tejieron las más intrincadas intrigas para obligar al Presidente Roberto Micheletti a renunciar al cargo que asumió Constitucionalmente y devolver a Zelaya el poder que había mancillado con las ilegalidades que implicaron su destitución por parte de los órganos competentes.

Hasta se intentó provocar, por parte de Zelaya, un baño de sangre que le restituyera en la Presidencia, ingresó ilegalmente al país y desde la Embajada de Brasil intentaba sublevar al pueblo y satisfacer así sus ambiciones desmedidas y por cierto ilegales.

Honduras, un país pobre, resistió estoicamente las presiones internacionales, en las que participaron todas las organizaciones internacionales, Gobiernos de todos los signos, como el de Estados Unidos y el de Venezuela, pero los hondureños mantuvieron con temple su determinación.

Roberto Micheletti aseguró que las elecciones se realizarían el 29 de noviembre, como estaba legalmente previsto, casi todos los países dijeron que no reconocerían el resultado, siguiendo el juego de Zelaya, y los comicios fueron legítimamente ganados por Porfirio Lobo.

Se realizó un proceso de transición impecable y ayer, con toda la ceremonia del caso, se entregó el poder al ganador de las elecciones, el nuevo Mandatario dio salvoconducto para que Zelaya saliera del país, terminando lo que nosotros calificamos como un vulgar show del ex Gobernante.

Fueron 8 meses durísimos enfrentado la agresión más despiadada de una comunidad internacional que con obcecación insistía en ver “delito” donde no lo había y que con ofuscación se cegaba ante la ilegitimación del Gobierno de Zelaya por actos propios.

Queremos aprovechar esta oportunidad para rendir un homenaje a Roberto Micheletti Bain, a las Fuerzas Armadas de Honduras y al sufrido pueblo hondureño por el valor que demostraron al defender sus convicciones molestase a quien molestase.