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martes, 2 de marzo de 2010

Unidad nacional… a la fuerza (mayor), por Alejandro Ferreiro.


Unidad nacional… a la fuerza (mayor),

por Alejandro Ferreiro.

El año del Bicentenario será el año de la reconstrucción. El terremoto de la madrugada del sábado 27 ha sacudido también las prioridades del nuevo gobierno. El programa propone, pero la naturaleza dispone. Y la naturaleza dispuso que Piñera no tenga luna de miel, ni marcha blanca, ni posibilidad de elegir sus prioridades en los ya tradicionales “primeros cien días”.

Nada de eso. La naturaleza obligará, una vez superada la emergencia del rescate y reposición de servicios básicos, a concentrarse en la reconstrucción de viviendas, edificios públicos e infraestructura. Es temprano para cuantificar necesidades, pero todo indica que la tarea será colosal. Una parte de los recursos provendrá del pago de los seguros contratados contra este tipo de siniestros —financiados, en última instancia, por reaseguradores internacionales—. Montos adicionales podrán ser aportados por el Estado que, pese al déficit fiscal de 2009, originado por la necesidad de afrontar la crisis económica, cuenta con ahorros inéditos en nuestra historia. Los fondos de las AFP y de las compañías de seguros pueden ofrecer recursos privados de largo plazo para la inversión en vivienda e infraestructura.

El financiamiento, por tanto, no debiera ser el principal obstáculo para la reconstrucción. La prioridad y principal desafío parece ser la oportunidad y calidad de las decisiones públicas que se adopten en las próximas semanas. ¿Cuáles serán las prioridades? ¿Cómo distribuir y coordinar las múltiples responsabilidades y tareas de los actores públicos y privados? La urgencia de echar a andar una maquinaria aceitada de toma de decisiones múltiples, complejas e impostergables, se enfrenta al desafío adicional que supone el cambio de equipos gubernamentales. Aquí será esencial la colaboración de los salientes a los entrantes y, en algunos casos, la continuidad de aquellos. Los cambios de autoridades debieran realizarse del modo y en la oportunidad que minimicen perjuicios a la eficiencia de la gestión. Y cuando tales cambios ocurran finalmente, los salientes debieran quedar a disposición de los nuevos equipos para brindar toda la experiencia y asesoría que resulten necesarias. La transición, como nunca, deberá ser fluida, colaborativa y ajena a todo mezquino interés por sacar provecho político de la catástrofe y el dolor.

No es el momento de la crítica política, ni siquiera de aquella que pueda resultar debidamente fundada, si ella alienta un clima de ataques, defensas y contraataques del todo incompatible con la colaboración que tan urgentemente se requiere. Tampoco es tiempo de buscar atribuirse la autoría o iniciativa de las medidas que se adopten.

Chile espera mucho de sus autoridades. Quizás nunca las necesitó más. Una respuesta a la altura de las expectativas y necesidades demanda eficiencia, generosidad y un espíritu de colaboración política que, paradójicamente, mucho se parece a la unidad nacional con que se quiso caracterizar el gobierno de la Alianza.

Vendrán mañana tiempos para polémicas y contraste de posiciones, para críticas y afanes de posicionamientos personales y partidistas. Pero no ahora. Hoy es el tiempo de la unidad y la colaboración. Porque así se llama la verdadera vocación de servicio público en tiempos de emergencia.

El Parlamento deberá disponerse a aprobar con celeridad las leyes que resulten necesarias. Y el futuro gobierno deberá explorar mecanismos para construir acuerdos rápidos y pertinentes con la mayoría opositora en el Senado. La “nueva forma de gobernar” que nos ofreció Piñera tendrá un bautizo de formidable exigencia. Y la nueva oposición concertacionista deberá, por fuerza mayor, preferir la colaboración constructiva como libreto de conducta.

El terremoto es asunto de la naturaleza, pero la manera de responder a él es asunto humano y político. Ya sabemos de qué es capaz la naturaleza. Ahora es tiempo de saber de qué es capaz la clase política.


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