Terremoto, burocracia y emprendimiento,
por José Ramón Valente.
Felipe Cubillos llegó a la Municipalidad de Iloca ofreciendo un colegio nuevo para cerca de 200 niños de tres colegios de la zona, cuyos establecimientos habían quedado destruidos por el terremoto y posterior maremoto. La respuesta inicial de la alcaldía fue la esperable: “Nos encanta la idea, señor Cubillos, Ud. tendría que llenar todos estos formularios y conseguirse todos estos permisos y cuando los tenga listos regrese”.
Felipe, sabiendo que la masiva destrucción y la abrumante urgencia causada por el terremoto le habían conferido un arma de negociación poco usual en estos casos, replicó: “Yo quiero donarles un colegio, si Uds. lo quieren, saquen los permisos; si no, avísenme para ofrecer mi donación en otro lado”. Al día siguiente, Felipe recibió una llamada de la alcaldía que le comunicaba que ya todo estaba dispuesto para que comenzara la construcción del nuevo colegio.
Hoy, a poco más de tres semanas de la primera reunión del señor Cubillos con las autoridades de Iloca, mientras Ud. lee esta columna, hay 200 niños que lo habían perdido todo, y que a partir de este momento cuentan con un colegio de calidad similar a los mejores que se pueden encontrar en el país, equipado con todos los libros y los útiles escolares necesarios.
Las emociones que surgen del relato anterior son contradictorias. Por un lado, la alegría de ver cómo se le puede solucionar un problema tan grave a tanta gente en tan poco tiempo y la gratitud hacia Felipe Cubillos, los benefactores del colegio y las decenas de voluntarios que cooperaron para hacer esta iniciativa una realidad. Por otro lado, la frustración de constatar de qué manera la burocracia e ineficiencia del Estado en condiciones normales asfixian la iniciativa empresarial e impiden que millones de chilenos, repartidos por todo nuestro territorio, puedan aspirar a un mejor estándar de vida.
Por años se ha venido insistiendo en la necesidad de reducir el número de trámites, el tiempo y el costo para emprender un negocio. Por más años todavía se ha insistido en que una ley de donaciones permitiría incorporar miles de voluntarios a actividades sociales y con ello posibilitar que se multipliquen los beneficios ya evidentes de instituciones como el Hogar de Cristo y la Teletón y se elimine el cuello de botella que supone tener concentrado en el Estado todo el esfuerzo redistributivo de nuestra sociedad. Por décadas se ha planteado que el Estado debe estar al servicio de la gente y no al de grupos de interés corporativos, que, disfrazando la búsqueda de su propio beneficio de interés social, truncan iniciativas de verdadero interés social, como mejorar la calidad de la educación.
Recurrentemente se menciona que catástrofes, como el terremoto del 27 de febrero, generan también grandes oportunidades. El colegio levantado por Felipe Cubillos y sus colaboradores en tiempo récord en Iloca es un ejemplo concreto de que no podemos pasar por alto. ¿Cuánta riqueza y bienestar puede aportar la modernización de nuestro Estado, en especial si logramos cambiar la lógica de poner la carreta delante de los bueyes con que funciona el Estado chileno al momento de promover y permitir el emprendimiento?