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miércoles, 17 de marzo de 2010

Precios, colas y pistolas, por José Ramón Valente.




Precios, colas y pistolas,

por José Ramón Valente.

El sistema de precios libres y mercados competitivos que opera en Chile desde hace cerca de treinta y cinco años está plenamente aceptado y validado por la población. Un esquema de organización económica como éste tiene la ventaja que en aquellos mercados en que funciona correctamente, la cantidad de bienes que se ofrecen al mercado está determinada por un equilibrio voluntario en el cual no existe ninguna persona que quiera comprar más de ese bien al precio al cual está siendo ofrecido que la cantidad que ya existe en el mercado y ningún productor que esté dispuesto a producir una unidad adicional a ese mismo precio. Si aumenta el número de personas que quieren comprar pan y no hay nadie dispuesto a producirlo para ellos, el precio del pan subirá para incentivar la producción. Y si hay un productor que quiere subir el precio de sus productos para ganar más dinero, habrá otro dispuesto a entrar a competirle de manera de impedir que eso ocurra. Este es un sistema adecuado para garantizar que exista en el mercado la mayor disponibilidad de bienes posible, producidos al menor costo posible para la sociedad. Este es, sin lugar a dudas, el mejor sistema para regular la oferta y la demanda de bienes y servicios en un país en condiciones normales.

Las condiciones de mercado que se generan después de un terremoto como el del 27 de febrero en las zonas más devastadas por éste, como Concepción o Talcahuano, definitivamente no son normales, y sin lugar a dudas justifican la intervención del sistema de mercado libre como forma de asignar los bienes y servicios que se ofrecen y demandan en esos lugares mientras duran las condiciones de anormalidad. En particular, lo que ocurre en estos casos es que la oferta de bienes queda totalmente determinada por el stock de éstos que se encuentre disponible al momento de la tragedia. La gente en base a su experiencia comprende perfectamente dicha situación y tiende a concurrir rápidamente a abastecerse de los productos de primera necesidad antes que éstos se agoten. Ante estas circunstancias, si no se interviene el mercado, las formas de regulación que se producen espontáneamente son de dos tipos posibles: o suben los precios en una magnitud tal que inhiban el exceso de demanda o se mantienen los precios y se producen colas de gente esperando su turno para comprar. Las alzas de precios en circunstancias como ésta son comúnmente repudiadas por la población y consideradas actos deleznables de aprovechamiento y especulación. Por lo mismo, la mayoría de los comerciantes y empresarios que pretenden seguir con sus negocios una vez superada la crisis prefieren no aplicar este tipo de solución. No ocurre lo mismo con quienes ven una oportunidad única de hacerse una pasadita sin importarles su reputación futura. Este es el típico caso de los vendedores de paraguas que aparecen junto con una lluvia inesperada. Por lo tanto, lo que se observa normalmente ante interrupciones ciertas o supuestas del suministro de bienes producidas por catástrofes naturales son largas colas delante de los supermercados, las bombas de bencina y las farmacias. Esto fue exactamente lo que ocurrió en la mayoría de los barrios de Santiago donde se produjo una ansiedad propia de la situación que se estaba viviendo, la gente se agolpó en las tiendas, los precios no cambiaron y las colas en los supermercados llegaron a ser de hasta cinco horas.

¿Por qué Concepción, Talcahuano y todos aquellos lugares donde se produjeron saqueos no se comportaron como Santiago?

La respuesta a esta interrogante tiene varias consideraciones, pero una sola respuesta. Los responsables de los saqueos fueron la ignorancia y la incapacidad de las autoridades para salir a regular un mercado que obviamente no tenía ninguna posibilidad de autorregularse. En los lugares devastados por el terremoto la demanda por bienes de primera necesidad no era sólo para prevenir un posible desabastecimiento, el desabastecimiento era una condición cierta. Por otro lado, la oferta de bienes no era limitada, era inexistente, las tiendas estaban cerradas. En otras palabras, la demanda creció rápidamente como era de esperar y la oferta de bienes se fue súbitamente a cero. El terremoto para el funcionamiento del mercado fue también mil veces mayor en Concepción y Talcahuano de lo que fue en Santiago. Si los hinchas de un partido de fútbol o los fans de un ídolo musical son capaces de botar las rejas del estadio para ver a su cantante favorito cuando no pueden conseguir una entrada, no cree Ud. que era esperable que las personas de Concepción descerrajaran las mamparas de las tiendas. Han salido varios analistas insinuando que el nivel cultural de los penquistas demostró ser más bajo de lo que se suponía o que bandas organizadas de narcotraficantes fueron los verdaderos responsables de los saqueos. Puede que alguien quiera creer eso, yo no. Esto habría pasado igual en Santiago o en Nueva York ante una catástrofe de esta magnitud en que se deja al mercado a su total autorregulación.

Las autoridades, así como la mayoría de los analistas de medios que me tocó escuchar en esos días, mostraron no entender cómo funcionan los mercados. Estimaron que no era justo que el mercado se regulara con alzas de precios en estas circunstancias, y no se les ocurrió que había un método alternativo de regulación que se llama racionamiento, que permitía entregar ordenada y discrecionalmente los alimentos, combustible y medicamentos. Pensaron que era injusto que la gente pagara caro por las cosas, dadas las circunstancias, y lo único que se les ocurrió fue hacer vista gorda del vandalismo y el pillaje justificado moralmente por la necesidad. A mi propio entender, lo único verdaderamente comprobado después de los desbordes que observamos en las zonas devastadas por el terremoto es que el nivel de cultura económica de nuestras autoridades y comunicadores es deplorable.

Nuestra historia y la historia de la humanidad están repletas de ejemplos en los cuales es necesario regular un mercado por la vía del racionamiento y no de los precios. Nunca la conclusión de esos episodios ha sido que la anarquía con pistolas son mejor que las colas.