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lunes, 22 de marzo de 2010

Pérdida y política, por Luis Larraín.






Pérdida y política,
por Luis Larraín.


La naturaleza humana se muestra en toda su dimensión en las situaciones extremas. Chile vivió el 27 de febrero y los días posteriores, qué duda cabe, una de ellas. Surgieron luego variadas facetas de nuestra condición. El miedo, el dolor, la pena y la angustia se mezclaron con la generosidad, el heroísmo, la maldad y la codicia en diferentes dosis. Pero lo que ha quedado en definitiva, para muchos, es una inmensa sensación de pérdida.


Nuestra política, desde entonces, se encuentra marcada por el terremoto y el maremoto. De allí en adelante, todos los programas del nuevo gobierno se han visto alterados por las urgencias y prioridades que impone el terremoto. Es cosa de ver al Presidente y su gabinete en acción para darnos cuenta de ello.


La oposición, por su parte, luego de algunas escaramuzas centradas en la composición de las mesas y comisiones de la Cámara de Diputados, que reflejaron cierto autismo, ha vuelto también sus ojos hacia el terremoto y en particular hacia sus víctimas.


Con ese radar que tienen los políticos para captar dónde hay posibilidades de atraer la atención de la ciudadanía, pronto han descubierto que las secuelas que han dejado el terremoto y el maremoto en miles de compatriotas son campo fértil para la acción política.


Es que el dolor y la pérdida nos hacen vulnerables, nos paralizan al principio y luego nos convierten en seres sensibles, irritables, desconfiados, manipulables en cierto sentido. Y esa es una condición que puede ser ideal para movilizar a la gente.


Y aquí es donde, en una situación límite, los políticos mostrarán también su verdadera naturaleza. Puede ser esta una oportunidad para que ellos trabajen incansablemente en resolver los problemas de la gente. Para que contribuyan con sus ideas y su gestión a reparar la pérdida que ha sufrido mucha gente, pérdida material y también espiritual. La expresión más sublime de la política, aquella del servicio a los demás, puede manifestarse ahora.


Pero también es esperable que otros políticos muestren en esta ocasión lo peor de sí. La demagogia, la utilización vulgar del dolor ajeno para allegar agua a sus molinos, el populismo desatado; son riesgos muy presentes en esta etapa de la vida política de Chile.


Esta disyuntiva, la política virtuosa o la deleznable, cruzará todos los colores políticos; atravesará desde el Gobierno a la oposición; se presentará en el Poder Ejecutivo y el Legislativo. En estricto rigor, ni siquiera está circunscrita a la clase política, sino a todos los actores de la sociedad, incluyendo medios de comunicación, actores sociales y organismos gremiales.


Es difícil aquí encasillar las conductas que se han observado en estos días en uno de estos dos extremos; algunas pueden estar en un punto intermedio. En todo caso, puede inscribirse entre las propuestas populistas aquella que postulaba aumentar el monto del llamado Bono Marzo y, peor aún, la que planteaba hacerlo permanente. Los programas sociales que entregan ayuda a los sectores de menores ingresos por el solo hecho de ser pobres, tienden a perpetuar su situación de pobreza. Cabe aplaudir entonces la decisión del Gobierno de no alterar el bono, y la de todos los sectores políticos de aprobarlo tal como se presentó.


Si bien resulta complejo calificar aquí cada una de las propuestas que hemos escuchado estos días, no lo es tanto dar algunas reglas generales para reconocer aquellas inspiradas en el populismo. Si alguien plantea aumentar un beneficio al doble, sin que jamás lo haya sugerido antes, desconfíe. Si otro postula regalar plata y que el costo lo pague un tercero, ni usted ni el mismo, entonces arrisque la nariz. Si lo que se le está exigiendo a una empresa, un servicio público o un particular es desproporcionado, imposible de cumplir o no se le está requiriendo a otros, tenga cuidado. Por último, si los planteamientos que escucha son destemplados y vociferantes, significa que está usted ante las peores expresiones de la política, la que la vincula con las mafias que utilizan la desgracia ajena para lucrar y extorsionar.