El fallecimiento de don Juan Bustos, que fue sepultado el sábado con honores de Estado, ha desatado una impresionante verborrea sobre el tema de la defensa de los derechos humanos, pero claro, como siempre enfocándolos solo sobre los problemas que han afectado a uno de los sectores ciudadanos.
Nosotros pensamos que para ser tratado en serio el tema tiene que hacerse de manera integral, analizando los inicios de una violencia demencial, la siembra de odiosidades en la sociedad, la época en que apareció un agresivo terrorismo y, por supuesto, en los efectos de la represión Gubernamental.
Pretender, como han hecho los políticos de izquierda con la complicidad de una derecha enmudecida, aislar los antecedentes para sacarles provecho político es una inmoralidad, pues se deja indefensos a importantes segmentos poblacionales que se vieron enfrentados a situaciones en extremo complejas.
Lo más grave que tiene esto es que está inmerso en un proceso de desnaturalización de la historia reciente y forma parte de un verdadero montaje en el que los victimarios, por la vía de una majadera propaganda, se pretenden transformar en víctimas y obtener onerosas recompensas por sus sufrimientos.
Junto a lo anterior, vemos que aquellos que debieron salir a defender la tranquilidad de la población que era agredida por un terrorismo desatado son inmisiricordemente perseguidos, mientras que los que desde las sombras asesinaban escondidos en la oscuridad y el anonimato gozan de su dulce venganza.
Los derechos humanos son inherentes a las personas, a TODAS, las personas, si no se respeta los derechos a procesos rectos de los Militares se está irrespetando el derecho de toda la ciudadanía, pues, de permitirlo, tarde o temprano, más temprano que tarde los del resto también serán pisoteados.
Hemos llegado al absurdo de ensalzar a aquellos que provocaron la tragedia, los que llenaron el país de odio, los que destruyeron las bases del sistema democrático, subvirtieron la Constitución y las leyes, para terminar su “obra” arrasando con la economía de la Nación.
Es cierto que hubo victimas, pero es necesario señalar que fueron cantidades similares en ambos bandos, lo que es lamentable y reprochable, es posible que en algunos casos haya habido excesos, lo que es injustificable, pero esta situación es el resultado inevitable de la guerra civil soterrada que vivimos.
La Ley de amnistía, cuyo nombre deriva de amnesia, debe ser aplicada, porque los pueblos necesitan cicatrizar las heridas que dejan en el alma las confrontaciones violentas, lo que a no dudar transforman a los pueblos en “enfermos” que tratan de mantener vivo el dolor para provocar lástima.
A la vez es importante sacar lecciones de la historia, para evitar la fatal repetición de las situaciones. NUNCA MÁS debemos aceptar que ideas foráneas interfieran en la convivencia Nacional, tampoco prestar atención a los explotadores del dolor ajeno, que buscan poder o lucro de los sufrimientos populares.
El otro camino, el que está siguiendo el oficialismo, solo nos conduce a mantener permanentemente las divisiones que les permiten reinar, condenando al país a quedarse en la injusta etapa de subdesarrollo en que nos encontramos y a expropiarle a las nuevas generaciones la posibilidad de un futuro mejor.
Nosotros pensamos que para ser tratado en serio el tema tiene que hacerse de manera integral, analizando los inicios de una violencia demencial, la siembra de odiosidades en la sociedad, la época en que apareció un agresivo terrorismo y, por supuesto, en los efectos de la represión Gubernamental.
Pretender, como han hecho los políticos de izquierda con la complicidad de una derecha enmudecida, aislar los antecedentes para sacarles provecho político es una inmoralidad, pues se deja indefensos a importantes segmentos poblacionales que se vieron enfrentados a situaciones en extremo complejas.
Lo más grave que tiene esto es que está inmerso en un proceso de desnaturalización de la historia reciente y forma parte de un verdadero montaje en el que los victimarios, por la vía de una majadera propaganda, se pretenden transformar en víctimas y obtener onerosas recompensas por sus sufrimientos.
Junto a lo anterior, vemos que aquellos que debieron salir a defender la tranquilidad de la población que era agredida por un terrorismo desatado son inmisiricordemente perseguidos, mientras que los que desde las sombras asesinaban escondidos en la oscuridad y el anonimato gozan de su dulce venganza.
Los derechos humanos son inherentes a las personas, a TODAS, las personas, si no se respeta los derechos a procesos rectos de los Militares se está irrespetando el derecho de toda la ciudadanía, pues, de permitirlo, tarde o temprano, más temprano que tarde los del resto también serán pisoteados.
Hemos llegado al absurdo de ensalzar a aquellos que provocaron la tragedia, los que llenaron el país de odio, los que destruyeron las bases del sistema democrático, subvirtieron la Constitución y las leyes, para terminar su “obra” arrasando con la economía de la Nación.
Es cierto que hubo victimas, pero es necesario señalar que fueron cantidades similares en ambos bandos, lo que es lamentable y reprochable, es posible que en algunos casos haya habido excesos, lo que es injustificable, pero esta situación es el resultado inevitable de la guerra civil soterrada que vivimos.
La Ley de amnistía, cuyo nombre deriva de amnesia, debe ser aplicada, porque los pueblos necesitan cicatrizar las heridas que dejan en el alma las confrontaciones violentas, lo que a no dudar transforman a los pueblos en “enfermos” que tratan de mantener vivo el dolor para provocar lástima.
A la vez es importante sacar lecciones de la historia, para evitar la fatal repetición de las situaciones. NUNCA MÁS debemos aceptar que ideas foráneas interfieran en la convivencia Nacional, tampoco prestar atención a los explotadores del dolor ajeno, que buscan poder o lucro de los sufrimientos populares.
El otro camino, el que está siguiendo el oficialismo, solo nos conduce a mantener permanentemente las divisiones que les permiten reinar, condenando al país a quedarse en la injusta etapa de subdesarrollo en que nos encontramos y a expropiarle a las nuevas generaciones la posibilidad de un futuro mejor.