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viernes, 23 de septiembre de 2011

¿Por qué el mal?, por RP Luis Eugenio Silva.


¿Por qué el mal?,

por RP Luis Eugenio Silva.



Desde que el hombre se interroga, y aparecen las sabidurías teológicas y la filosofía, se ha preguntado acerca el mal y de su origen, ya sea éste físico o moral, de la misma manera que se ha preguntado por Dios o por una fuerza superior. En Chile, que ha vivido una tragedia más, con la pérdida de un puñado de seres humanos que iban a ayudar a los lugareños de la isla de Juan Fernández, quedamos aún más perplejos. Es el dramático y enigmático tema del justo sufriente o del inocente cruelmente aniquilado por los elementos. Y, ¿dónde estaba Dios?



Nadie, al parecer, desde Aristóteles hasta Heidegger, Sartre y Gadamer en el campo de la filosofía, y pasando por la literatura de Occidente, nos da una respuesta cabal. Otra forma de ver el mal tiene el Oriente, pues cree o acepta el dualismo metafísico: dos dioses, uno bueno y otro malo, y este último responsable del mal, como también la doctrina de la reencarnación, que desvanece al mal en una cadena sin fin, hasta llegar a un nirvana, o simplemente sostiene que la realidad es compuesta eternamente de principios contradictorios.



Pero existe otro derrotero y es el de la fe monoteísta en un Dios Creador, completamente distinto a su obra, pero que sin embargo la sostiene y que es remunerador. Entonces la pregunta que se hace el creyente es por qué se permiten las tragedias y, recordando el libro de Job, por qué el justo sufre. Ese libro-parábola no dio una respuesta al judío piadoso del Antiguo Testamento.



Para los que niegan a Dios, la existencia del mal y de un Dios todopoderoso significaría, o bien que es un repugnante tirano sádico, que disfruta con el dolor humano y que se gratifica con él, o simplemente no es Dios. Pero otra es la respuesta del creyente: ante el mal inexplicable, la fe ayuda a luchar en su contra; afirma que en Jesús el mal fue vencido al asumirlo el mismo Dios en Cristo; vencido en su esencia, pero que quedan consecuencias, cuyo sentido purificador y redentor se logra comprender, por mucho que no se explique humanamente, e incluso escandalice y sea una dura prueba para la fe.



Hoy los teólogos y más de un filósofo prefieren hablar y escribir acerca del misterio del mal, renunciando a tener una respuesta clara y evidente ante un Dios de bondad que permite o deja que éste actúe.



Es cierto que se nos ha enseñado que el mal es ausencia de bien, y que el mal no existe, sino sólo lo malo, como afirma Santo Tomás, pero, por mucho que se acepten estas nociones, la realidad del que sufre, especialmente en las pérdidas de vidas humanas, es mucho más que una ausencia. De alguna manera es una realidad. ¿Dónde su juntan la causalidad del mal y la del bien? No lo sabemos. No le atribuimos a Dios el mal, porque en la fe católica ello es un absurdo. La Providencia Divina nos deja con preguntas sin respuestas y sólo la fe es capaz de asumir el mal vivido, saber que purifica y que Cristo, si bien no lo definió, enseñó a luchar contra él.



Vivir el dolor y el duelo se hace necesario, especialmente rodeados del amor y del afecto de la familia y los amigos. Quienes han perdido a sus seres queridos de un modo cruel, absurdo e inimaginable han de vivir su duelo, y quienes somos sus amigos los acompañamos con el afecto y la amistad, que no suprimirá el dolor, pero que posibilitará compartirlo



El consuelo de la vida eterna, a donde todos iremos, como lo afirma la fe, es el mayor que pueden tener los deudos de quienes han muerto en el fatídico accidente. Están en la paz, en el lugar sin espacio de la eternidad y en el tiempo que no se acaba, gozando del misterio de Dios, donde podrán recibir la explicación del porqué de toda su vida y del final de ella.

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