¿El fin del modelo?,
por Luis Larraín.
Claro, algunos se entusiasmaron y pidieron una suerte de rendición incondicional del Gobierno: nacionalización de nuestras riquezas básicas; plebiscito para dirimir las diferencias en materia educacional; reforma constitucional, asamblea constituyente, y otras linduras por el estilo. Todas las loas a la ejemplar transición chilena quedaron en el olvido para sumarse a esta suerte de orgía jacobina.
Y es que fue tal la adhesión que tuvo la reivindicación estudiantil por terminar con el pago excesivo de aranceles universitarios y mejoramiento de la calidad de la educación, que ello confundió a algunos y asustó a otros.
Confundió a la CUT, que llamó a un paro nacional que fue un fracaso. También a los dirigentes de la Concertación, que hicieron el ridículo adhiriendo al paro, y hoy están disolviendo la coalición. Obnubiló a los diputados DC, que desautorizaron al presidente de su partido y apoyaron un plebiscito, abdicando así de sus potestades legislativas.
Varias botellas se descorcharon celebrando el fin del modelo.
Pero la confusión no llegó solamente a la Concertación y a la izquierda. En la centroderecha, algunos adhirieron con fuerza y poca reflexión a la consigna del fin al lucro en la educación. Otros, asustados, parecían dispuestos a entregarlo todo.
No comprendieron que la fuerza de la movilización estaba en la justicia de las peticiones para cambiar los sistemas de financiamiento y mejorar la calidad. No cayeron en cuenta que los padres estuvieron dispuestos incluso a que sus hijos perdieran el año con tal de cambiar una situación que se les hacía insostenible, pero no está nada claro que lo estarán para "terminar con el lucro".
No es el fin del modelo. ¿Qué es, entonces?
No se puede ignorar que tras las masivas manifestaciones hay un elemento de rechazo a lo que algunos han denominado la excesiva mercantilización de nuestra sociedad. Este sentimiento se alimenta también de casos como el de La Polar y otros que los medios de comunicación han denunciado, en que las empresas abusan de los consumidores, o aparentemente lo hacen.
Y es que el modelo, como tantas otras cosas en la vida, tiene una cara amable y otra que no lo es tanto. La gente quiere seguir consumiendo más bienes en las multitiendas; pero, claro, a la hora de pagar la cuenta, preferiría no hacerlo, o al menos que ésta fuera más barata. Y hay también empresas que venden a quienes en definitiva no podrán pagar.
Los chilenos también quieren que sus hijos vayan a la universidad, que sean más que ellos; de hecho, el 70% de los actuales universitarios son primera generación en la universidad. Pero no quieren gastar sumas desproporcionadas para hacerlo posible. Como ha trascendido, en Chile las familias pagan por la educación superior cantidades que en relación a sus ingresos son demasiado altas.
Necesitamos, entonces, una mirada más crítica a muchas cosas que pasan en Chile. La economía de mercado es la única que nos puede proporcionar los bienes que queremos, pero hay algunas industrias que requieren cambios: más competencia, mejor información.
Y no se trata de descubrir de la noche a la mañana que todos los empresarios son unos desalmados y los consumidores son vilmente explotados. Eso es demagogia.
No son líderes quienes se suman al coro de las protestas o denuncian sin fundamento nuevas situaciones de abuso. Está lleno de políticos que buscan el aplauso fácil. Un político serio tratará de entender el problema, sus complejidades, los bienes que están en conflicto; para proponer algo que habitualmente no será echar por la borda lo que hay. En el caso de las tasas de interés, por ejemplo, debe sincerar que bajar la tasa máxima de colocación dejará gente sin acceso al crédito.
No es el fin del modelo, porque nadie inventó el modelo; éste no es otra cosa que un espejo de los hombres, con sus grandezas y sus miserias.
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