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jueves, 22 de septiembre de 2011

18 y 19: dos contrastes, por Gonzalo Rojas Sánchez.

18 y 19: dos contrastes,

por Gonzalo Rojas Sánchez.


El 18, desde su cátedra arzobispal, monseñor Ezzati ha dicho lo que muchos esperaban: que en el actual conflicto hacen falta una voluntad de diálogo responsable, una reflexión sincera y profunda, y una legislación educacional que integre derecho y libertad, responsabilidad pública y privada.


Sus palabras tienen las dimensiones exactas de criterio y de amplitud que corresponden a la tarea pastoral. Pero, aun así, igual será descalificado por los que sostienen que sólo está autorizado para rociarnos con agua bendita; será criticado por los que afirman que sus dichos sólo pueden referirse al Reino de los cielos. Son los mismos que buscan luces en el siglo XVIII y que por eso se sienten cada día más incómodos con la presencia del candelero de la Iglesia en pleno tercer milenio. De ellos, ya se sabe, no puede esperarse más que esa monótona cantinela.


La novedad viene ahora del otro lado, aunque en realidad es noticia añeja para los que vivieron de cerca los años 60 y 70. Es un nuevo clericalismo, una nueva ola de clérigos que considera tibio y desencarnado al pastor que no indica soluciones concretas para los temas educacionales, las que, por cierto, debieran ser de corte socialista.


Se trata de una nueva presencia clerical en ciertos ambientes universitarios que va a quedar como un subproducto de la agitación estudiantil. Son clérigos que intervienen directamente en el debate educativo, con mayor o menor personería, pero ciertamente desde la plataforma de un aura que aprovechan para presentar como eclesiales sus opciones personales, a las que adornan con el tono y la fuerza de la fe, como si esa opinión fuese magisterial. Y las audiencias -lo he comprobado- quedan conmovidas ante la radicalidad de la crítica y, sobre todo, ante la supuesta bondad de la solución.



Con la mejor intención, vuelven a incurrir en el clericalismo de siempre: si no piensas en materias opinables como te lo dice el cura, no eres buen católico; probablemente ni siquiera lo seas en lo más mínimo. Sólo si escoges aquellas opciones contingentes que te sugieren los sacerdotes de moda, puedes quedar validado en la Iglesia.


El contraste es fuerte: el arzobispo anima a pensar con creatividad; el clérigo intervencionista, a seguirlo a él, tanto en los diagnósticos como en las soluciones.



Al día siguiente, el 19, el país ha presenciado un segundo contraste.


Por la elipse del parque se han manifestado unos jóvenes que se comprometen a permanecer habitualmente en silencio y que sólo se expresan corporativamente mediante el rito y la disciplina.


Fueron miles y estaban ahí voluntariamente. Comprometidos con su propia educación, provienen de todos los estratos de la sociedad chilena. No se sienten injustamente segregados, sino que han escogido libremente pertenecer al segmento -palabra hoy demonizada- de los militares y carabineros de Chile.



Para iniciar su marcha, también tuvieron que pedirle permiso a la autoridad pública; para darle toda su prestancia, usaron también la música y el color; para que sus convicciones fueran conocidas, fue invitada también la prensa; en fin, sus voceros dieron las órdenes de viva voz y con gestos de mando.


Pero todo eso es posible porque les han enseñado a dar la cara siempre; a valorar el diálogo por los conductos debidos; a conseguir con paciencia y sacrificio logros parciales; a renunciar a la violencia, para poder usar la fuerza sólo en defensa de la integridad de la Patria.


Frente a ellos, con afán de notoriedad, unos 100 jóvenes tocaban cacerolas sin ritmo ni mensaje, sin respeto ni racionalidad. Mañana, quizás los secunden otros miles por las calles de Santiago y regiones.


¿Quién es quién?

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