“Ya no soy tan joven como para saberlo todo”,
por Sergio Melnick.
Qué sabia es esta frase de Mark Twain. Los jóvenes y niños colegiales son aún aprendices, pero quieren dar las pautas a los maestros y adultos. Es bueno ser joven y entusiasta, y querer cambiar todas las cosas. Los felicito por eso. Pero las cosas tienen un límite y es también irresponsable que los líderes no asuman sus propios deberes, escondiéndose tras la juventud y sus impericias naturales. ¿Le pasaría Ud. una locomotora a un niño?
Los jóvenes y niños proponen cosas muy generales, a veces irreales, y en este caso además abiertamente ideológicas. En palabras de ellos, siempre han demostrado todos sus argumentos, lo que sólo denota su falta de preparación.
Veamos algunas preguntas básicas que no han respondido y que los hacen reprobar.
Hablan de educación estatal gratuita y proponen la desmunicipalización. Es curioso, porque los municipios sí son estatales y gratuitos. No parecen entender entonces la diferencia entre el Estado y el Gobierno, y aun así quieren mandar. No han dicho una palabra de cómo es que quieren desmunicipalizar. ¿Pasarían todos los colegios a depender del Ministerio de Educación? Dios nos libre. ¿Se expropiarán los subvencionados pagados y pasarán a dominio estatal? ¿Cómo? ¿Cuánto cuesta eso? El ministro ha propuesto un avance paulatino para no cometer errores como el Transantiago. Los niños dicen que no, pero tampoco sabemos exactamente qué proponen.
Hablan de la educación de calidad, pero curiosamente con los mismos profesores que han perdido todo decoro y marchan juntos por las calles, siendo los mayores responsables. ¿Cómo se renuevan estos profesores? ¿Cómo se miden los estándares de calidad? Nada concreto han propuesto, porque no tienen idea. La calidad es una bonita palabra, pero el cómo hacerlo es muy complejo. ¿O acaso creen que los líderes no quieren la calidad? El representante de los profesores, el señor Gajardo, que ahora sabemos que es además racista, busca renovar con otro nombre la idea de la Escuela Nacional Unificada, donde ellos podrían adoctrinar en vez de educar, como ocurre en los países socialistas que admira. Como profesor, no es una luminaria que digamos, y sin embargo es su representante, su guía, su ejemplo.
Hablan del fin del lucro, pero es curioso constatar que la gran mayoría de las universidades privadas son mejores que muchas de las estatales, y no han requerido un solo peso de inversión pública. Muchos buenos estudiantes prefieren hoy las privadas antes que las públicas, pudiendo ir a éstas. Sostienen que hay fines de lucro en universidades privadas, pero no han aportado un solo documento que lo pruebe ni han puesto un solo recurso legal en los tribunales. La gran revolución de oportunidades en Chile la ha ofrecido en la práctica el sistema postsecundario privado. Son cientos de miles de estudiantes que han tenido acceso a la educación superior, lo que no sería posible con las tradicionales.
Más aún, suponen absurdamente que, por el solo expediente de ser entidades estatales, los recursos están bien administrados. La evidencia no parece indicarlo. La Universidad de Chile se niega a hacer transparentes sus remuneraciones, empresas y otras formas legales a través de las que se lucra abiertamente. En el pasado incluso vimos prácticas de lavado de recursos estatales canalizados a través de esa universidad (caso MOP-Gate). Es más probable y frecuente que los recursos sean peor administrados en las entidades estatales que en las privadas. Esto quiere decir que, aun si lucraran, el rendimiento de los recursos en términos educativos sería mucho mejor en las privadas. Lo que hay que mirar es el resultado educativo, no la forma de administración. Ahí se vuelven a equivocar los jóvenes y niños que sólo repiten consignas ideológicas. Así, hablan también de nacionalizar el cobre. Pero, ¿cómo se hace eso? ¿Cuánto cuesta? ¿Qué beneficios tiene? Hablan de cambios a la Constitución, pero no han propuesto exactamente cómo. No hay propuestas concretas, y si el Gobierno les dice «bueno, lo haremos», entonces contestan «es que no era eso lo que queríamos», y sigue la protesta ideológica. Las leyes en Chile las aprueba el Congreso, con el que tampoco quieren conversar.
La clase política está fallando, y una minoría, escondida tras jóvenes y niños, está imponiendo una agenda para destruir una institucionalidad que ha costado mucho dolor consolidar. Los países que no aprenden de su historia están condenados a repetirla.
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