Cogobierno a la vista,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
Los dirigentes universitarios le dieron un rotundo "No" al documento del ministro Bulnes. Y, además, lo amenazaron decididamente: al sexto día serás juzgado.
Pero hay un aspecto que, aunque no lo reconozcan públicamente, ya atesoran como una gran victoria y que sabrán usar en el momento oportuno, porque de tirar y no aflojar, entienden muy bien. Se trata de la eventual derogación de las normas sobre el cogobierno triestamental.
Ya consiguieron botar a un ministro de Educación y ahora están haciendo presión sobre otro. Pero eso importa poco. Con todo respeto, los ministros son de quita y pon. El problema son los principios.
Los principios no son de quita y pon. Como dice Martin Amis respecto de la conciencia en "Casa de encuentros": cuando la pierdes, estás perdido. Sí, porque cuando pierdes un principio, cuando ya no sabes de dónde vienes, quién eres y adónde debes ir, simplemente y en el doble sentido de la palabra... estás perdido. O sea, extraviado y derrotado.
Perdido, así está el Gobierno, cuando propone la derogación de los artículos hoy vigentes que excluyen "la participación con derecho a voto de los alumnos y de los funcionarios administrativos, tanto en los órganos encargados de la gestión y dirección..., como en la elección de las autoridades unipersonales o colegiadas", en universidades, IP y CFT.
Sí, aunque públicamente se ha reparado muy poco en el tema, esa proposición es muy grave, porque un gobierno que afirma conocer los vínculos entre libertad y bien común está proponiendo uno de los mayores daños imaginables para esa relación: la posibilidad de que en las instituciones de educación superior se establezca el cogobierno.
Ya lo vivimos. Desde el movimiento que comenzó el 11 de agosto de 1967 con la toma de la casa central de la Universidad Católica de Chile -y que tuvo algunas escaramuzas previas en su hermana de Valparaíso-, el proceso de deterioro de las ocho universidades chilenas existentes a esa fecha no paró más. Y esa debacle tuvo mucho que ver con la elección triestamental de autoridades y con la votación ponderada de funcionarios y estudiantes, en temas que de suyo les son ajenos o para los que aún no están preparados.
Efectivamente, un tipo electo por sus pares, pero que había reprobado ramos importantes, lograba votar para modificar el contenido del examen de grado; y otro, que jamás había pensado ni en ser ayudante, resolvía con su voto el concurso para escoger nuevos profesores titulares. Y de esos ejemplos, cientos. La banalidad total, la ideologización total.
Que el Gobierno esté perdido en esta materia, que esté usando como moneda de cambio un principio tan importante para la salud de la educación superior importa mucho, porque si persiste en su error, nos perderá a todos: a los profesores, a los alumnos, a los administrativos. Nos llevará a la vorágine de las luchas por el poder, departamento por departamento, escuela por escuela, facultad por facultad.
"Son los universitarios que en su función de tales reciben mandatos y reconocen lealtades extrañas a la universidad y ajenas a su servicio educativo y científico, quienes en una democracia constituyen la única amenaza seria a la autonomía universitaria", escribió Jorge Millas hace 30 años. Y como eso sucederá al amparo del cogobierno, olvídense de la cacareada búsqueda de la calidad de la educación.
Queda, eso sí, un recurso pendiente para evitar este drama: la sensatez de los rectores. Ellos son quienes mejor pueden hacerle ver al Gobierno que, aunque piden plata, no es a cualquier precio; que aunque favorecen la participación, no quieren demagogia.
Mañana es 11 de agosto; mañana es el primer día de quizás qué futuro.
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