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viernes, 26 de agosto de 2011

El jarrón de porcelana, por Roberto Ampuero.

El jarrón de porcelana,

por Roberto Ampuero.





Al mirar a Chile estos días, tengo la angustiante sensación de que esto ya lo viví. Esto de que un sector cree que la panacea es refundar Chile, pues ya no vale la pena vivir en él. Compartí en mi juventud esa atracción por el cambio radical, eso de lanzar por la borda al país imperfecto que teníamos para construir uno infinitamente mejor. Nos inspiraba la utopía que en 1989 fue aplastada por los pueblos que la sufrieron. Los líderes de ese nuevo Chile terminaron sobrepasados en sus demandas, catalogados de reformistas. Lo demás es tragedia conocida.





Dicho esto, que surge de mi inquietud por lo que veo, aclaro: es injusto que en un país como este, jóvenes talentosos y de buenas notas no puedan ir a la universidad porque sus padres carecen de medios para financiarlos. Necesitamos becas generosas y créditos blandos, pero no financiar los estudios de quienes cuentan con recursos. También en educación exijo diversidad: transparentando su manejo las universidades públicas, y el destino de sus utilidades las privadas. Los jóvenes deben elegir dónde estudiar. Para muchos es su primera decisión gravitante en la vida.





Lo que no comprendo es que quienes administraron Chile de 1990 a 2010 afirmen ahora que en el fondo se vieron obligados a construir algo que no querían. Pero yo los vi ensalzar desde La Moneda, ministerios, embajadas y el Congreso la excelencia de la transición, la democracia de los acuerdos, la estabilidad y solidez institucional, el paso de Chile a nación desarrollada. Lo vi. No lo soñé. Todo líder puede cambiar de opinión, pero desmarcarse en un instante de la obra que construyó por 20 años perjudica la credibilidad en la democracia. En rigor, el único líder de la Concertación que se apartó de ella aún en el poder, pues a su juicio ella se había desvirtuado, fue Marco Enríquez-Ominami. Quienes lo crucificaban hasta 2010, hoy son más críticos de la Concertación que él.





Trato de entender: Acepto, entonces, que la Concertación armó por 20 años, muy a su pesar, un Chile ajeno a sus sueños. Si acepto que ella se desmarque de las sombras de la transición que coprotagonizó, quedo incapacitado para juzgarla por su pasado. Y como hoy carece de programa (está por diseñarse), tampoco puedo juzgarla por su propuesta de futuro. Se me instala así en el sueño del pibe en política: criticar descolgada de errores del pasado y sin enarbolar bandera de futuro.





Al respaldar bajo esa circunstancia las demandas de la CUT, que son legítimas aunque apunten a la creación de un Chile radicalmente nuevo en lo político, social y económico, entiendo que la Concertación las hace suyas. Es legítimo que aspire a crear un país diametralmente opuesto al actual. En ese caso nos conviene a todos que ella avance en forma pragmática en los acuerdos posibles con el Gobierno, diseñe el programa para ese Chile radicalmente nuevo, y ofrezca a la ciudadanía esa alternativa refundacional de cara a las próximas elecciones para Presidente y el Congreso. Empleando los mecanismos legales existentes, podremos escoger entre un Chile que requiere correcciones y uno drásticamente nuevo.





Algunos me sugieren que disfrute mejor la escritura y las giras y no opine de política, que se pierden lectores. Gracias. Antes que escritor, soy ciudadano. Vi lo mal que nos sucede cuando la política se va del Congreso a la calle, y presencié el desplome de sistemas sin parlamento y manifestaciones siempre multitudinarias. Mediante acuerdos mayoritarios construimos en los últimos 21 años un país próspero y admirado, pero injusto y perfectible. No creo que para construir uno mejor haya que paralizarlo y arrastrarlo a la ingobernabilidad. Ya lo tiramos una vez por la borda. La democracia es un jarrón de porcelana: se rompe en un segundo y tarda decenios en ser restaurado. Las trizaduras quedan para siempre.



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