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martes, 2 de agosto de 2011

Consignas, por Adolfo Ibáñez.


Consignas,

por Adolfo Ibáñez.



¡No al lucro! ¡No a la privatización! ¡Más Estado! Se las puede ver ensuciando paredes, buses del estatal Transantiago y cubriendo el frontis de la Universidad de Chile. Es interesante recorrer el camino que lleva desde una idea fracasada en la historia hasta su síntesis final en formato de consigna. No es un ejercicio ocioso. Hay que tener muy claro cómo se produce esta metamorfosis que retrotrae de la mariposa al gusano, invirtiendo y violentando el proceso de la naturaleza.





Normalmente tendemos a simplificarlo y a reducirlo al afirmar que sólo se trata de ignorancia. El problema es mucho más complejo: si sólo fuera falta de información, sería fácil combatirlo. Sin embargo, no hay razones ni datos duros que faciliten el acercamiento con los protestatarios. Por el contrario, las discusiones se desvían hacia el campo de la irracionalidad, en el cual se pierden caminos y rumbos, y el debate se desplaza a la tierra de "nunca jamás", ubicada, por supuesto, más allá de la séptima galaxia.





Es el voluntarismo el que campea. Las consignas no son otra cosa. Tampoco se puede pretender algo diferente al comportamiento maquinal e irresponsable de quienes las vocean. No es por nada que la publicidad comercial se vale de ellas. Se produce así un empantanamiento que aleja del tiempo que se vive y de la historia transcurrida, en un intento de reactualizar temas que nacieron y murieron hace muchas décadas.





No está de más agregar que siempre en estos casos surgen voces oficiosas y generalmente acomodaticias que, apuntando a señalar preceptos morales o altos saberes metafísicos, llaman a la cordura a los interpelados para que validen las consignas arguyendo complejas explicaciones de equidad y temperancia en aras de la paz social. Afirman también que los planteamientos técnicos no son de su incumbencia, con lo que relegan las razones a la penumbra de un entreparéntesis desechable, y refuerzan la violencia intrínseca de los lienzos y pancartas.





Ya hemos vivido décadas de desvaríos y de malas experiencias que no podemos soslayar: aquellos que pretendan exhibir una superioridad moral deben señalar que el voluntarismo y la violencia son la base de la disolución social y política. Y afirmar con énfasis que la alta sabiduría radica en la conversación razonada y en la comunicación honesta. A partir de estas premisas se puede imaginar un mundo ideal que desafíe y encuadre al pragmatismo de la política, para orientarnos hacia los verdaderos horizontes donde encontrar el futuro.


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