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jueves, 4 de agosto de 2011

Leyes, plata, ideologías y profesores, por Gonzalo Rojas Sánchez.

Leyes, plata, ideologías y profesores,

por Gonzalo Rojas Sánchez.



Para encontrarle la hebra al problema educacional -y para coser bien las soluciones-, hay que lograr una adecuada relación entre legislación, dineros, políticos y educadores.



Dicen los movilizados que en Chile manda la plata en la educación. Falso.



Cree el Gobierno que la ley -y si la norma se llama Constitución, la imaginan más poderosa aún- puede cambiar la calidad de la enseñanza. Iluso.



Luchan algunos políticos por tramar la educación con otros temas, para utilizarla en el conjunto de sus objetivos. Fraudulento.



Sostienen los buenos educadores que lo más importante es la calidad de las personas, imán y objetivo de todo el proceso. Certero.



Es falso que en Chile el dinero determine la actividad educacional: la inmensa mayoría de los actos pedagógicos y formativos tienen a la plata sólo por leve respaldo y como objetivo secundario. Sí, todos lucramos en la educación, pero todos nos movemos dentro de ella por mucho más que por dinero: por un ideal de persona, de familia, de sociedad.



No pasa de ser otro reduccionismo materialista el buscar la supresión del endeudamiento y del lucro, mientras se pide reemplazarlos por el tributo y el aporte fiscal. Es la lógica de que más dineros (o sólo los dineros estatales) podrían lograr la solución.



Pero también es iluso pensar que una reforma constitucional mejoraría el proceso educativo. Ingenuo, porque a la actual Constitución le seguirán disparando hasta hacerla añicos y, una vez destrozada, con ella se irán al tacho las nuevas garantías. Y si la Carta Fundamental subsiste, tampoco por sí sola causa buenos efectos, porque o las leyes abren y estimulan comportamientos personales positivos, o crean burocracias que tienden a frenar los espacios de libertad, porque así entienden aquéllas muchas veces su trabajo.



Además, es fraudulento vincular los procesos educativos con la nacionalización de riquezas básicas o con determinados tipos de energía o con la promoción de comportamientos sexuales asistémicos. En la revoltura, pierde la inteligencia y gana la pasión. Por eso, son los políticos más ideologizados quienes buscan la mezcla. Para ellos, la repetición rítmica de las palabras igualdad, protección y justicia es una cantinela que garantiza unas adhesiones tan pobres en reflexión como ricas en agresividad.



Lo único certero es que se necesitan 100 mil tipos estudiosos, que estrujen sus inteligencias, que trabajen de sol a sol ("Nos pagan por horas, pero nos debemos a la escuela todo el día", afirmaba Gabriela), que no metan su opción electoral a la sala de clases, que se esfuercen por mejorar sus comportamientos humanos, que eduquen en consonancia con los padres de sus alumnos, que piensen más en sus deberes -libremente asumidos- que en sus derechos. Educadores.



Eso cuesta más o menos plata, no depende de la letra del texto constitucional e implica sacar a la ideología del jueguito. No es menor, es mayor. Es educación.



¿Cómo aborda el planteamiento del ministro Bulnes la ecuación entre estos cuatro factores? De modo insuficiente. Casi siempre que se menciona la calidad, se omite la necesidad de una fuerte exigencia sobre los educadores: nada se dice sobre sus deberes. El énfasis en los cambios constitucionales y legales se funda en una ingenua esperanza basada en la mágica acción del texto jurídico. La inyección de platas parece sensata, pero no está contrastada con los hábitos que la pueden hacer realmente eficaz. Y, por cierto, la apertura a fórmulas de cogobierno traerá mil problemas para la misma calidad que se busca.



En todo caso, es probable que los movilizados rechacen la respuesta ministerial justamente por las razones opuestas.


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