EE.UU. desunido,
por Karin Ebensperger.
Los principios que inspiraron el carácter de EE.UU., y promovieron su enorme desarrollo, están plasmados en el "Farewell Adress" (discurso de despedida) de su primer presidente, George Washington. En él dijo a sus conciudadanos: no se involucren en guerras inútiles, no endeuden a la nación y "ejerzan la honradez, una máxima aplicable a los asuntos de los individuos como a los de las naciones". No puedo imaginar un contraste más grande entre ese ideario y el actual estado de cosas en esa nación.
El deterioro de la economía de EE.UU. es grande, pero es más grave el menoscabo de su esencia. Porque las fallas del Estado y de los políticos en el Congreso y la voracidad de algunos especuladores están afectando su sistema de creencias y sus virtudes cívicas, que permitieron el enorme progreso personal y social, y acoger a millones de inmigrantes. EE.UU. necesita una conducción que una a esa nación, ponga fin al endeudamiento irresponsable y retome la tradición de esfuerzo, ahorro y honradez que le legaron sus antepasados.
Creo firmemente que no estamos ante una crisis sólo financiera sino que ella es síntoma de algo mucho más profundo, relacionado con un deterioro de lo que era la esencia de ese país. Sus laboriosos colonizadores, a pesar de sus diversos orígenes, lograron ya en 1776 su independencia y sólo 11 años después ratificaron en Filadelfia la misma Constitución que los rige hasta hoy. Siempre he destacado ante mis alumnos universitarios que esa es toda una proeza de estabilidad política, y la base de su progreso. El ideario democrático y de igualdad de oportunidades de EE.UU. fue tan adelantado, que tuvo una influencia relevante en los enciclopedistas europeos y en la Revolución Francesa. Ese consenso estuvo ausente en la desgastadora discusión sobre la deuda del país.
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