Plebiscito: para menores de edad,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
¿Por qué los adultos entregan la educación de sus hijos a otros y no la realizan directamente en sus casas? ¿Sólo por un problema de tiempos, de horarios?
No, sino principalmente porque los mayores de edad aprendemos pronto que son muy pocas las cosas en las que entendemos -incluso con estudios posdoctorales a cuestas- y muchas las que ignoramos.
Ésa es la misma razón por la cual ofrecerle a la ciudadanía un plebiscito para que decida sobre materias educacionales concretas, es tratarla como una masa de niños chicos. A los inexpertos e ignorantes se los convence con facilidad de lo apasionante que puede ser una iniciativa, la que precisamente se usa como pantalla para que dejen de molestar. Ya niños, a votar; total, después haremos igual lo que nos dé la gana.
Los plebiscitos sólo sirven si quedan acotados a la aprobación de textos terminados o a la prolongación de una persona en su cargo. Los restantes son engañiflas, y con ellos la democracia pierde una característica sobre la que tanto se cacarea: su excelencia.
¿Excelencia, si hubiese que legislar forzosamente para cumplir un eventual mandato de la ciudadanía que aprobase por el 68,3 por ciento que los profesores deben tener una segunda profesión para ejercer la docencia? Porque... suena bien, ¿no?
¿Excelencia, si hubiese que legislar para prohibir que los alumnos de cuarto medio pudiesen firmar contratos de trabajo sin antes cursar dos años de estudios superiores, ya que el 59,6 por ciento lo hubiese aprobado en plebiscito? Porque... así se progresa, ¿no?
Bueno, pero es que nadie va a preguntar ridiculeces como ésas, sino otras, como obligar a los privados a acreditarse ante su competidor, el Estado; o como prohibir a dos personas gestionar un colegio y vivir así de esa perversa actividad... Sólo se preguntarán cosas de sentido común, ya se sabe; y los niños (los electores) son todos buenos, ya se sabe.
Pero el modo democrático de proceder es justamente el contrario. Consiste en tratar a los ciudadanos como adultos a los que se les razona así: como hay muchísimos temas en los que usted no entiende -y usted lo sabe-, escoja a sus representantes y deles el tiempo para estudiar cada asunto y votar de acuerdo con sus convicciones y su formación. Entre otras cosas, no olvide que usted puede ser analfabeto, o tener sólo cuarto básico, o haber cursado la media completa, pero apenas comprende lo que lee. Perdone si lo ofendo, pero de eso es justamente de lo que usted se queja, de la calidad de su educación...
Entonces, ¿son algunos ciudadanos unos ineptos para la democracia? ¿Deben ser privados del sufragio o se les debe ponderar el voto de modo distinto? Ni una cosa ni la otra. Justamente porque todos tenemos la misma dignidad es que valemos un voto. Todos igual, pero sufragamos para elegir a otros que se preparan específicamente para la tarea legislativa. En Chile, en fin, a ellos les pedimos al menos cuarto medio...
Que a veces nuestros representantes lo hagan mal, es otra cuestión (que debiera ser sancionada en la siguiente instancia electoral), pero si les podemos exigir que lo hagan bien, muy bien, es porque los mandatamos para eso, ya que los demás o no queremos hacerlo o no tenemos las condiciones específicas.
La llaman democracia representativa y hay dos maneras de destrozarla: con la demagogia de los plebiscitos y con la virulencia de los paros.
Lo que era difícil de imaginar es que ambas cosas estén siendo promovidas al unísono por una Concertación que dice haber recuperado unilateralmente la democracia representativa, más de 20 años atrás. Como eso ha sido siempre falso, no es nada de raro que ahora tampoco entiendan que la están destrozando. Quizás sólo Ignacio Walker se da cuenta.
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