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viernes, 13 de mayo de 2011

HidroAysén, ¿quién eres?, por Segio Melnick.



HidroAysén, ¿quién eres?,

por Segio Melnick.


Enconado el tema de la energía.

La civilización ha alcanzado los siete mil millones de personas: seis veces los que éramos hace cien años, a lo que a su vez habíamos llegado después de otros doce mil años. Un cambio de realidad, no sólo de cantidad. Y esta población ya no se sustenta de manera natural; somos literalmente dependientes de la tecnología. Ya pasamos el umbral de irreversibilidad, más o menos, en los 60, cuando los hippies nos hicieron una advertencia que no fue escuchada. Nuestro futuro depende ahora de la tecnología, querámoslo o no. Constato esto como un hecho, no como opinión.

El mundo simplemente no funciona ya sin aviones, celulares, autopistas, internet, fertilizantes, pesticidas, computadores, televisión, bancos, crédito, trenes subterráneos, vacunas, antibióticos, satélites, grandes redes energéticas y tantas otras tecnologías de nuestra vida cotidiana. Cosas a las que nadie quiere renunciar para sí, pero que algunos quieren suprimir para otros. Todo esto es un sistema que no se puede ver por partes. Un sistema que ya tiene dinámicas propias: suprima usted la tecnología, y la Tierra sólo será capaz de sostener unos mil millones de personas, quizás menos. ¿Qué hacemos con los otros?

Las energías solar, geotérmica y eólica, por señalar algunas, son altamente tecnológicas, no naturales. Provienen de esta sociedad compleja y tecnológicamente avanzada. Para que existan, debe estar todo lo demás. No se puede ser dueño de sólo una cara de la moneda; ése es el gran error de los ecologistas más fundamentalistas. Esto no quiere decir que haya que descuidar el medio ambiente, sino al contrario. Pero es ya históricamente tarde para sacralizarlo.

Lo primero que es necesario aclarar es que el ser humano es parte de la naturaleza, no exterior a ésta. Todo lo que hace es, por definición, natural; simplemente, el estado de la evolución actual: antes produjo dinosaurios, hoy produce tecnología. Es fundamental entonces entender el contexto y la civilización actuales, que no tienen vuelta atrás.

Frei en 2007 nos dio la doctrina apropiada: “Soy partidario de hacer las centrales de HidroAysén siempre y cuando cumplan 100% la legislación ambiental… Chile tiene que duplicar su capacidad y lo tiene que hacer explorando todas las vías”. Si él fue el líder que la Concertación propuso para ser Presidente, y si a su vez el gobierno elegido apoya el proyecto, entonces casi todo el país está de acuerdo. Hasta el odiosillo de Escalona señaló —claro, durante el gobierno Bachelet, en 2008— que el país necesita esa energía. Pero hemos perdido la batalla de las ideas y pasado a la de las descalificaciones cuando no nos gustan los resultados. Espetan que las personas están corruptas, que el sistema está viciado, que los empresarios son ambiciosos o chupasangres.

No hay que comparar realidades con utopías. Hay que comparar realidades con realidades alternativas. Y no hay realidad sin problemas.

La sociedad tecnológica llegó para quedarse: ya somos sus esclavos. Más aún con una población de 10 mil millones, como se prevé para 40 años más. Personas que hay que alimentar diariamente. Que hay que educar, entretener, informar, cobijar, mediar conflictos, movilizar. Y que deben trabajar, comunicarse, etc.

La reacción con HidroAysén es emocional. Es la constelación del complejo materno, simbolizado en la madre tierra, que estaría siendo atacada. Por eso genera estas reacciones tan poco racionales. Pero en el desarrollo humano se requiere la separación de la madre, por cierto sin dejar de quererla. Eso ha ocurrido de la misma manera en la escala de la civilización, que viene del apego a la Tierra, y esa separación ya no la podemos negar. Finalmente, la Tierra tampoco es eterna: va a morir con el sol. Es cierto que eso está lejos, pero es una realidad. En algún momento hay que irse, y eso sólo será con tecnología. Instintivamente la hemos desarrollado.

HidroAysén es una necesidad que ha cumplido los requisitos ambientales que la sociedad estima relevantes a estas alturas de la historia. En 40 años más, las aspas eólicas nos parecerán obscenas. Las granjas solares en los desiertos serán insufribles, y vamos a querer que estén en el espacio. Rescatemos el debate de las ideas, no sigamos con las descalificaciones.

La gran pregunta es si la tecnología dejará espacio a la espiritualidad, que es el tema realmente trascendente, y que aquí ni siquiera ha asomado.