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miércoles, 18 de mayo de 2011

Guerra, justicia, asesinato, por Joaquín Fermandois.


Guerra, justicia, asesinato,

por Joaquín Fermandois.



De acuerdo con la información fragmentaria de que disponemos, todo indica que Osama bin Laden fue muerto por comandos estadounidenses, sin que opusiera o alcanzara a oponer resistencia, lo que abre una duda sobre la declaración de Obama de que "se hizo justicia". El secretismo exagerado del que hace gala una potencia democrática crea desconfianza hacia su arma más potente y creíble, la libertad de información, que en el siglo XX demostró tener más fuerza que la mentira consciente y organizada de las potencias totalitarias. En el combate contra ellas se asumieron algunos de sus rasgos, como una valoración de la "seguridad nacional" más allá de lo razonable, lo que sigue siendo recurrente, y eso les pasa la cuenta. Además, siempre está de moda arrojar piedras al Tío Sam.



Cuando se está en guerra es legítimo matar al jefe enemigo, como una forma de descabezar el mando adversario. En principio, esto no difiere en su carácter moral de matar a innumerables soldados rasos para dejar a los jefes desarmados. No sería un asesinato, salvo que creamos en el pacifismo absoluto y en la inmoralidad de suyo del empleo de armas mortíferas, al estilo de Grace Kelly en "A la hora señalada". Habría que sacar las consecuencias lógicas de tal actitud, y pensar que se la debió adoptar, por ejemplo, ante Hitler. Se ha tenido otro metro en la guerra justa (todos creen que así es su guerra).



En 1942, los ingleses enviaron un comando para matar al mariscal alemán Rommel. Le fue rematadamente mal: no hallaron al jefe militar y los guardias alemanes mataron a casi todos los ingleses. En 1943, el espionaje electrónico estadounidense descifró que el jefe de la flota japonesa, el almirante Yamamoto, organizador de Pearl Harbor, se desplazaba de una isla a otra en avión. Enviaron un escuadrón de cazas que derribó su avión, provocándole la muerte. ¿Algún problema con esto? Ninguno, sólo que no es la parte elegante de la gesta militar. El mismo rechazo aristocratizante a este tipo de acción indica que no importaría matar a innumerables soldados.



¿Qué cambiaría las cosas en el caso de Bin Laden? Que la mal llamada "guerra contra el terrorismo" es una de esas típicas situaciones conflictivas, que consisten en una combinación de guerra y de paz. Por algo el operativo de los seals se dio en país que se supone aliado de EE.UU.; buenos y malos se confunden; los rebeldes se mimetizan con la población civil. Más aún, los insurgentes quieren que las fuerzas regulares (ejército o policía) -ya sea porque se aturdan en su moral o por accidente- maten a civiles, para crear harto odio contra ellas.



En las guerras entre estados, eran ejército contra ejército. En estos conflictos de "ni guerra ni paz", hacer que todo sea guerra pierde de vista a la paz. Nuevamente, ésta es la meta de la insurgencia: como estaba en medio de población pacífica, Osama -para colmo con tres de sus muchas esposas-, después de muerto, se transfigura de guerrero feroz en blanca palomita.



Ello no quita el sabor ambiguo de la expedición que lo mató. Si hubiera sido un misil, como el que mató a Raúl Reyes, de las FARC, en 2008, no se hubiera producido este aspecto de la polémica. Hay que reconocer, eso sí, que otra cosa es con guitarra, y que en la batalla ningún comando tenía la obligación de morir para mantener con vida al líder terrorista. Y habrá que conceder también que un Bin Laden prisionero con traje a rayas se podría haber desinflado en lo político, tal como Abimael Guzmán, de Sendero Luminoso. Una lástima que no haya sucedido lo mismo con Guevara en 1967. No tendría en la actualidad los contornos legendarios un personaje que se alimentaba de un proyecto carnicero.