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sábado, 28 de mayo de 2011

EE.UU.: Oportunidad perdida, por Pablo Rodríguez Grez.


EE.UU.: Oportunidad perdida, por Pablo Rodríguez Grez

Decano Facultad de Derecho, Universidad del Desarrollo



Desde su independencia, hace más de dos siglos, Estados Unidos ha proclamado y luchado por establecer un sistema político basado en la libertad y el imperio del derecho. Durante la llamada "guerra fría" se enfrentó al ideario comunista que predicaba el advenimiento de la "dictadura del proletariado", como instrumento necesario para la construcción de un estado superior que eliminara toda suerte de poder coercitivo. Fue aquélla una "utopía" de consecuencias trágicas que costó decenas de millones de vidas y que se extendió como una mancha por todo el planeta, evocando los intereses del "pueblo" y la "justicia social". Durante años el mundo estuvo al borde del holocausto nuclear, porque no se visualizaba posibilidad alguna de evitar racionalmente este enfrentamiento. Contra todo pronóstico, la Unión Soviética, que encabezaba el proyecto de un mundo comunista, se desmoronó internamente, sin que nadie conspirara para precipitar su caída, ante el asombro de la humanidad y la ocurrencia de lo que parecía un verdadero milagro.



Desde entonces existe un compromiso tácito que comparten hoy día la inmensa mayoría de los hombres y mujeres que habitan la Tierra, y que consiste en extender y ampliar la libertad y organizar la convivencia social sobre la base de normas jurídicas, ante las cuales todos somos iguales.



El 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos, transformado en la nación más poderosa y líder del ideario libertario, sufrió un golpe espantoso en el corazón de la más cosmopolita de sus ciudades y en su capital federal. Este hecho puso a prueba su capacidad de reacción, la fortaleza de las convicciones que proclama y la entereza moral de su pueblo. Se trató, es cierto, de una agresión ajena a la guerra convencional, contra un enemigo difuso, que estaba potencialmente en todas partes, y que se movía por la fuerza de una fe religiosa que enceguece la razón. La situación, entonces, no podría ser más difícil, porque no sólo se trataba de castigar al culpable, sino también de mantener los principios que inspiran a los norteamericanos y que se transmiten e inculcan a través de todos los continentes. Aquélla era una oportunidad incomparable para demostrar que lo que se pregonaba (la libertad y el apego al derecho como único medio de convivencia) es un sentimiento profundamente arraigado en el alma de toda una nación, y no un postulado instrumental y acomodaticio.



Se inicia así la persecución del cabecilla del golpe más artero de que se tenga memoria en la historia contemporánea. Si Estados Unidos, en esta dolorosa encrucijada, hubiese sido capaz de mantener los ideales que encarna, su conducta sería un testimonio elocuente de sinceridad y rectitud, ratificando al mundo que lucha por ideales, y no por apetitos económicos o de poder. Lamentablemente, aquello que constituye el sello de su ideario cayó despedazado por una reacción primitiva de venganza. Se perdió así la posibilidad histórica de demostrar que es más poderoso un ideal que el logro de una ventaja circunstancial o una prueba de fuerza. Ciertamente habría sido complejo trasladar a un detenido de esta especie y con tan peligrosos seguidores hasta la sede de un tribunal norteamericano, pero era lo que correspondía. Tampoco puede ignorarse que la detención y juzgamiento de Osama bin Laden habría acarreado una movilización del extremismo musulmán y, muy probablemente, una serie de trastornos destinados a presionar a las autoridades. Pero sobreponerse a todo ello era la prueba que esperaban los que creen en la legitimidad del derecho, cuando impera el orden y están dadas las condiciones para imponer su acatamiento.



Lo ocurrido, unido a las irregularidades que se han cometido en Guantánamo con los prisioneros de esta guerra irregular, induce a pensar que la libertad, el derecho y el respeto por la persona humana sólo pueden darse en un medio en que reine la normalidad y no se desboquen las pasiones. Pero tan pronto aquello se pierde, volvemos a las reacciones y conductas primitivas dominadas por la brutalidad y la fuerza. Así las cosas, en definitiva, es poco lo que hemos avanzado, a pesar de las proclamas y ampulosas manifestaciones sobre los nuevos horizontes de la humanidad.



Si se llegare a sostener que la crisis que provocó Osama bin Laden y su movimiento musulmán es lo más grave que ha ocurrido en los últimos tiempos, la respuesta debiera ser que precisamente por eso se abrió a nuestra civilización la oportunidad de dar una prueba indesmentible de grandeza y de verdad.

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