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martes, 24 de mayo de 2011

Crecimiento, empleo y protestas, por Cristina Bitar.


Crecimiento, empleo y protestas,

por Cristina Bitar.




El mensaje del 21 de Mayo fue —más allá de críticas formales que se le puedan hacer— un llamado a la esperanza para un país que progresa como pocas veces en su historia. Los resultados en términos económicos son sencillamente sobresalientes: hemos recuperado el crecimiento que no teníamos desde hace 15 años y, con ello, Chile es nuevamente un país líder. Lo interesante es que los logros alcanzados no surgen de cambios radicales, sino simplemente de una administración que le ha dado un nuevo impulso a un modelo que se viene aplicando desde hace más de 30 años. Ahí está la clave del éxito. Estamos parados a las puertas del desarrollo gracias a lo que han hecho muchos gobiernos consecutivos de distinto signo. En pocas palabras, hoy estamos cosechando los frutos de un país que hace décadas encontró su rumbo.



Esto en nada quita mérito a la gestión del Presidente Piñera; al contrario, se han enfrentado problemas endémicos, como los de la educación o las listas de espera en salud, y otros como la reconstrucción de un país devastado por el terremoto. La gestión del actual gobierno, con todos sus problemas, ha significado un fuerte reimpulso de nuestro crecimiento, y la promesa de terminar con la extrema pobreza durante este período es un objetivo que se ve cada vez más cerca. Si el Presidente lo logra, entrará al selecto grupo de los grandes estadistas de nuestra historia.



Pero, al mismo tiempo que vemos un país que progresa, vemos una polarización política realmente preocupante, y manifestaciones callejeras de una violencia inusitada en un país cuya ciudadanía está, en términos muy mayoritarios, optimista y políticamente reconciliada. A ambos aspectos quiero dedicarles unas líneas. Primero, creo que la Concertación se equivoca al confundir oposición política con una verdadera descalificación institucional. Los incidentes provocados por parlamentarios e invitados al mensaje presidencial no le hacen daño al Gobierno, sino que al país, y degradan instituciones republicanas como la Presidencia y el Parlamento. Los parlamentarios de oposición tienen todo el derecho de encontrar que el discurso del Presidente es malo y cuentan con todas las oportunidades para expresarlo así en todas las instancias. No hay justificación, entonces, para levantar lienzos en una ceremonia que es una tradición republicana.



Por otro lado, las manifestaciones también ameritan reflexión. Creo que las protestas han terminado por demostrar que el afán de quedar bien con todo el mundo, de otorgarles garantías a todos los sectores, de rendir examen de popularidad constantemente, le pasó la cuenta al Gobierno. Y no es que no hayan cumplido con todas sus promesas, sino que las expectativas eran mucho más altas de lo que ellos mismos pensaban. Tomemos el caso del matrimonio homosexual. Piñera fue claro y consistente, en todas sus apariciones en campaña sobre el tema, en decir que él consideraba que el matrimonio debía ser entre un hombre y una mujer. Pero el solo hecho de mostrar una pareja de homosexuales en su franja televisiva generó una falsa expectativa de que iba a legislar sobre el tema o que, al menos, se iba a imponer a sus socios más conservadores de la coalición. Ninguna de las cosas ha pasado y el descontento entre aquellos que se sienten defraudados (aunque a veces sin ninguna razón) crece.



Ese mismo ejemplo extrapolémoslo a los temas ambientales (donde Piñera nunca habló contra HidroAysén), al posnatal, al 7% de los jubilados, etc. Una mezcla entre una campaña llena de ofertas y un electorado ansioso de cambio generó una ciudadanía que creyó que le estaban ofreciendo más de lo que realmente estaba en el programa. Esa ciudadanía hoy se está dando cuenta de la realidad y demuestra su descontento.



La buena noticia es que el Presidente, en su discurso este 21 de Mayo, nos notificó, con una valentía y claridad que no se había visto en cuentas pasadas, el rumbo de lo que quiere hacer en los próximos tres años. Un rumbo sin promesas excesivas, honesto y claro. No tuvo problemas en plantear medidas que parecieran impopulares, pero que obedecen a su profunda convicción de hacia dónde tiene que marchar el país. En definitiva, pareciera que, después del sábado, el Gobierno decidió dejar de gobernar mirando encuestas y parece dispuesto a tomar las opciones más difíciles y complejas.

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