Bicentenario (I): colonia y emancipación ,
por Joaquín Fermandois.
Chile no comenzó el 18 de septiembre de 1810; sólo que en ese momento nació la república. El día se proclamó como fiesta patria hacia la década de 1830, lo que no deja de ser arbitrario. Sólo que toda otra fecha sería una aberración comparada con ese instante cuando se cruza el Rubicón y la máxima autoridad nacional —la primera Junta de Gobierno— es elegida por los mismos criollos.
Si la república comenzó a nacer ese 18 de septiembre, la sociedad, es decir, lo constitutivo del “ser chileno”, había iniciado su estado embrionario el 12 de febrero de 1541, cuando don Pedro de Valdivia fundó Santiago. La fusión de los pueblos originarios con los españoles, y sus respectivas culturas o maneras de ser, crea esa realidad que llamamos “los chilenos”.
En lo que iba a ser Chile se produjo un fenómeno que tenía su analogía en la América de los españoles y portugueses. Décadas después comenzaba lo mismo en América del Norte, aunque con un distinto tipo de sociedad. Europa se volcaba al mundo.
Esto nos hace ver dos cosas. Primero, que la tragedia de las sociedades precolombinas se debió no sólo a la insensibilidad de los conquistadores, sino porque ellas no estaban preparadas para interactuar con poderes desconocidos. Como internacionalista, me interesa destacar nuestra condición en América Latina, porque muchas veces parece que ignoráramos porfiadamente el carácter del mundo, y este ayuno de “mundo” afectó a nuestro país en el siglo XX. Segundo, que nuestra vida está más vinculada al desarrollo global que lo que imaginamos. No había que esperar la llamada “globalización” para que fuéramos parte de un mismo mundo.
Asimismo, la emancipación que se abre en 1808 no era un fenómeno aislado. Y no fue el puro Napoleón que ocupó España el que arrojó la bola de nieve. Todos los imperios modernos se han descascarado, por las buenas o por las malas. Es la comunicación política que envuelve al mundo, que se percibía ya en el siglo XVIII, la que está en la base de esta situación. Además del caso español y portugués, están las colonias anglosajonas. En un ejemplo célebre —Estados Unidos—, se dio una guerra entre colonos y metrópolis; aunque parecido a nuestra situación, tuvo algo de “guerra civil”. En otras partes, como Canadá y Australia, hubo una evolución pacífica.
Existió una continuidad relativa al proceso americano. Se trata de los imperios europeos, creados en gran parte en el siglo XIX, que en Asia y África dieron mucho brillo al “exotismo” y que experimentaron la emancipación, razonable o dolorosa, después de la Segunda Guerra Mundial.
Son asombrosos los parecidos y las reproducciones con lo sucedido en América Latina. En América, las ideas políticas de la cultura española construyeron una parte de los argumentos de los patriotas (hay que decir que muchos “realistas” no eran menos “patriotas”); la otra parte de la arquitectura provino de las ideas políticas de la Ilustración y, un poco, de la tradición política anglosajona. Los líderes revolucionarios en Asia y África definieron sus objetivos políticos en el lenguaje ideológico del siglo XX, cuyas raíces últimas están en la Europa moderna. No fue una pretensión que haya nacido cual planta originaria. Al igual que con las emancipaciones de hace 200 años, su resultado no obedeció a un patrón único. Las sociedades confucianas, por ejemplo, pudieron incorporarse con más solidez a la modernidad política y social; la mayoría de África negra se debate en convulsiones que todavía no ven su fin, en analogía barbárica con muchos países de América hispana en el XIX. En resumidas cuentas, estamos todos en el mismo barco planetario.