Responsabilidad ciudadana,
por Pablo Rodríguez Grez.
Ningún gobierno en los últimos cincuenta años asumió el mando supremo de la nación luego de una catástrofe como la vivida el 27 de febrero del año en curso. Todos los planes y proyectos, trabajosamente elaborados durante muchos meses, quedaron obsoletos y debieron ser sustituidos, en pocos días, para encarar la emergencia. No puede juzgarse lo realizado por esta administración, en menos de 90 días, sin considerar estas circunstancias. Valerse de ellas para arremeter contra las autoridades y generar una sensación anticipada de fracaso constituye, a mi juicio, un abuso y una deslealtad contra quienes sufren los rigores de la tragedia.
Chile es un país curioso. Sólo pueden aplicarse políticas de derecha (como el plan de concesión de cárceles, carreteras o embalses) en los gobiernos de izquierda; y sólo implementarse políticas de izquierda (como el aumento tributario) en los gobiernos de derecha. Si las concesiones aludidas se hubieren asignado en este momento, se denunciaría la escandalosa “privatización” de las calles y los caminos; si se hubiera planteado un aumento de impuestos a las grandes empresas en los 20 años de gobiernos de la Concertación, se habría denunciado la “destrucción” del modelo económico. ¿A qué obedece este contrasentido? Simplemente, a una desconfianza visceral de los sectores políticos que dominan la escena nacional. Por otra parte, mientras la derecha sufre de una antropofagia incorregible, que la induce a devorarse entre sí, la izquierda endogámica defiende a ultranza a sus líderes, lo cual le impide analizar siquiera las causas de su fracaso.
Ante al verdadero cataclismo que afectó al centro sur de Chile, la reacción inmediata de las autoridades fue lamentable al quedar prácticamente paralogizadas, subordinando sus decisiones a conveniencias o imágenes de ínfima importancia frente a la gravedad de los hechos. A su vez, una parte de la ciudadanía reaccionó de la peor forma que es posible imaginar, desatándose una ola de saqueos y pillajes que aumentaron desmesuradamente el dolor de los damnificados. Quedó, así, de manifiesto, una vez más, un profundo debilitamiento moral de nuestros compatriotas que ante la adversidad buscan la manera de obtener provecho a costa del sufrimiento y el dolor de los demás. ¿Qué nos pasa? Es indudable que vivimos una crisis moral de dimensiones superiores a la denunciada a comienzos del siglo pasado por don Enrique Mac Iver, la cual envilece severamente nuestra convivencia. Los nobles gestos de solidaridad que siguieron a aquellos desmanes no borran, a mi juicio, lo ocurrido, pero, al menos, atenúan la imagen deplorable que perdura en la visión de muchos chilenos.
Como si lo anterior no fuere suficiente, ahora, las grandes coaliciones políticas (Alianza y Concertación) se enfrentan rudamente en el Congreso Nacional, amenazando hacer fracasar las medidas que con mayor urgencia demanda la reconstrucción. Los partidos que sirven de base al Gobierno acusan divisiones, tanto en lo ideológico como en lo pragmático, lo cual no avizora una relación fluida entre aliancistas y gobernantes.
Lo que hemos vivido debería ser una fuente de valiosas experiencias para todos nosotros y servirnos para corregir debilidades y vicios que frenan la ambiciosa tentativa de crecer y desarrollarnos. No pueden seguir existiendo gobiernos que se alimenten de encuestas, condicionando todas sus decisiones a ventajas electorales. No puede tolerarse la improvisación y la ineptitud ante descalabros de esta magnitud. No es posible que parte de nuestra población se ensañe con las víctimas de esta tragedia, arrebatándoles lo poco que lograron salvar.
Por último, no debe quedar sin sanción política la intransigencia de quienes buscan imponer sus ideas a costa de postergar la satisfacción de las necesidades de los damnificados. Nunca ha sido más urgente y necesaria la “unidad nacional”, ni más condenable el empeño por inmovilizar a un gobierno que, bien o mal, está empeñado en superar una amarga realidad. Ojalá todo cuanto ocurre sea un llamado a nuestra conciencia para unirnos en pos de un propósito común, dejando atrás, definitivamente, diferencias y estilos incompatibles con el Chile que queremos.