por Mario Montes.
“La llegada de la Concertación al poder en 1990 instaló una lógica de cacería hacia quienes estuvieron vinculados a violaciones a derechos humanos o que colaboraron con la dictadura”.
Adolfo Castillo, Historiador y cientista político,
Director Ejecutivo de Corporación Libertades Ciudadanas.
Pocas veces hemos visto una descripción más clara, habría que decir diáfana, de lo que ha sucedido en Chile después de haber entregado el poder por parte de los Militares, como lo establecía la Constitución Política de Chile, a quien obtuvo los votos necesarios para acceder al poder, que recibió en una encomiable ceremonia que nadie esperaba.
Se ha recurrido a todo, desde la injusticia a la falsedad, pasando, por cierto por la ilegalidad y porque no decirlo en la amoralidad para aplicar una inmoral venganza contra quienes debieron aventar de la Presidencia, a quienes pisotearon la Ley y la Constitución, reconstruyeron el país, y lo dotaron de una Institucionalidad permanente.
La igualdad ante la Ley simplemente fue abrogada, los derechos de los acusados sencillamente fueron invalidados, la presunción de inocencia fue obviada, la irretroactividad de las leyes olvidada, las Leyes vigentes llanamente enterradas para no favorecer al enemigo, el beneficio pro-reo simplemente fue abolido.
Nuestra historia, que muestra el porqué de la intervención Militar, que enseña el estado de destrucción y odiosidades que dejaron los tres fatídicos años de la unidad popular, fue groseramente manipulada a objeto de crear una imagen ficticia de brutalidad y ambiciones de poder que nunca existieron en las Fuerzas Armadas y de Orden.
Como resulta obvio de la sola revisión de los textos escolares que entrega el Ministerio de Educación, como lo ha hecho en los últimos dos decenios, se ha “divinizado” la imagen de Salvador Allende, el de-constructor de nuestra nacionalidad, satanizando a Pinochet y a quienes colaboraron con su Gobierno llegando hasta a la mezquindad de robarle sus obras.
Mientras Chile tenga un alma falsa, que ensalce lo execrable y demonice la verdad, único remedio para terminar con las odiosidades existentes en Chile desde los años 60 del siglo pasado, la posibilidad de lograr la unidad nacional no deja de ser una utopía bien intencionada, pero, sin las bases reales para su concreción.
Un Bicentenario sin verdadera Justicia puede transformarse en una muy bonita festividad llena de colorido y “alegría”, pero estará vacía porque le falta el espíritu nacional de los Padres de la Patria y señalaría la cobardía de un país que prefiere mirar para el lado, sin enfrentar la realidad, para seguir engañándose a sí mismo.