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lunes, 7 de junio de 2010

Los perros del hortelano, por Juan Carlos Eichholz.


Los perros del hortelano,

por Juan Carlos Eichholz.

Es la misma cantinela de siempre: se dan a conocer los resultados del Simce —que una vez más provocan decepción— y se viene la ola de recriminaciones, con unos echándoles la culpa a otros, para que finalmente todo siga igual, o casi igual. Es el guión de una película repetida demasiadas veces, pero que, sin embargo, en esta ocasión tiene a un clásico actor de reparto convertido en protagonista: los funcionarios del Ministerio de Educación.

El discurso del Colegio de Profesores ya lo conocemos, y volvió a repetirse: el termómetro está malo y los profesores hacen su trabajo. En otras palabras, aquí no hay problema y, si lo hubiera, no es responsabilidad de los docentes. Igual que el perro del hortelano, que no come —el Colegio no se mueve un ápice por mejorar las cosas, salvo los sueldos, por cierto— ni deja comer —“¡Ay de aquel que se atreva a meter mano en los establecimientos municipales!”. Mientras tanto, el sistema público va muriendo de asfixia, porque los padres entienden finalmente el mensaje y cambian a sus hijos a colegios particulares subvencionados.

Lo nuevo es la aparición de los funcionarios ministeriales como actores protagónicos. Pero claro, no fue el Simce el que les hizo sacar la voz, sino los despidos que han realizado las nuevas autoridades. A pesar de tener ellos una responsabilidad directa en la definición e implementación de las políticas de mejoramiento de la calidad de la educación, cuando los resultados no acompañan lo mejor es enterrar la cabeza, como el avestruz, y dejar pasar el temporal, como siempre lo han hecho. Esta vez, sin embargo, el Simce los pilló con la cabeza afuera, con una directiva oponiéndose a los cambios que se buscan llevar adelante y haciendo un sentido llamado para que los dejen trabajar tranquilos. Sí, leyó bien: que los dejen trabajar tranquilos. Malos resultados, desorden administrativo generalizado, duplicidad de funciones, deudas millonarias, incumplimiento de normas y procesos… y que los dejen trabajar tranquilos. Igual que el Colegio de Profesores, los funcionarios del Ministerio de Educación, o, más bien, su directiva se ha transformado en un segundo perro del hortelano: no hace el trabajo que le corresponde ni está dejando que otros lo hagan. Mientras tanto, la promesa de movilidad social y de mayores oportunidades para los niños de familias vulnerables debe seguir esperando.

¿Qué estará en las cabezas de Jaime Gajardo y de Nelson Viveros? Es obvio que sus posturas terminan coartando este sueño de una mejor educación para todos. Pero, ¿es lo suyo una cuestión ideológica o es un tema de defensas corporativas? Lo probable es que haya de los dos ingredientes. Y es que la educación es un campo de batalla demasiado propicio para la clásica tensión que siempre ha existido entre paternalismo y responsabilidad individual, entre equidad y eficiencia, entre igualdad y utilitarismo, entre complacencia y exigencia —¿no hay algo de esto también en la discusión que se está dando en torno a más o menos días feriados para septiembre? Pero, claro, es de suponer que estos dos dirigentes no se mueven sólo por creer que tales o cuales valores e ideas son mejores que otras, sino también porque el poder que ostentan depende, al final del día, de que puedan velar adecuadamente por el bolsillo de sus representados. Y, por supuesto, se suman a ellos parlamentarios que, a veces teniendo los mismos valores e ideas y a veces no, creen ganar más votos si aparecen favoreciendo esas posturas.

El resultado de esto es el statu quo, un equilibrio a todas luces disfuncional, pero estable, en que los intereses particulares, más allá de las legítimas diferencias ideológicas, terminan neutralizando todo intento de cambio en favor del interés colectivo. A menos, claro está, de que el nuevo gobierno tenga la valentía y la sabiduría necesarias para romper ese equilibrio, logrando que los que quieran comer, coman, y los que no, den un paso al lado. Hasta ahora, lo que se aprecia es que la valentía está.