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jueves, 20 de agosto de 2009

El “foquismo” de la CAM.


El “foquismo” de la CAM (*)
Gonzalo Rojas Sánchez.

Tiene cara de mono, tiene pelo de mono, tiene patas de mono; por lo tanto, es mono.

Así de simple y certero era el razonamiento de un buen amigo cuando comenzaba a analizar una situación de aquellas que las personas timoratas llaman complejas, y de las que se alejan, simplemente porque definirlas es riesgoso. Sí, son realidades peligrosas, porque develar su verdadera naturaleza es quedar comprometido.

No faltaba quien le argumentara a mi amigo que lo que parecía un mono, no lo era en realidad, porque debajo había una piel de cordero. Él contestaba entonces: bien curioso que esa mansa ovejita quiera presentarse como un agresivo simio. Por algo será, concluía.

La CAM, ¿es sólo un complejo fenómeno inserto en otro de aún mayor complejidad llamado “reivindicaciones de la etnia mapuche”? ¿O es un simple mono con navaja?
Si se ha seguido con interés lo que los medios de comunicación nos muestran en estos días, si se sabe distinguir un simio de una oveja (y, de paso, se descarta que un mono sea algo muy complejo), no cabe seguir con eufemismos: la CAM es un caso típico de “foquismo” guevarista.

Su actuar está descrito a la pata de la letra en los manuales guerrilleros del Che. Ahí se recuerda que la revolución es una actividad tan vital como caminar o hablar; que, para eso, deben constituirse a través de la guerrilla focos de acción violenta —uno, diez, cien Vietnams—, los que pondrán de rodillas a los regímenes en que se instalen.

El patrón de acción concreta —insistía Guevara— puede repetirse de un lugar a otro, y dará siempre resultado. El foco violento debe ser al mismo tiempo militar y político, pero ante todo, es antropológico, porque el Che animaba a sus ejecutores a convertirse en perfeccionadas máquinas de odio y de muerte, capaces de superar por esa vía la postración moral del hombre explotado. El foquismo, para el barbudo argentino, era la fundamental toma de conciencia de que la vida es lucha, conflicto del que saldría el hombre nuevo.

Justamente para eso han estado disponibles las FARC: para generar otro nuevo foco, esta vez en Chile y por vía étnica. Y a Colombia han acudido los líderes de la CAM.

Por lo tanto, es mono.

Y, por cierto, amables han sido también los europeos —italianos, vascos y franceses— que han asesorado reiteradamente a la CAM. Seguramente, el influjo que hace medio siglo tiene en Europa Frantz Fanon, el teórico martinico-argelino de la violencia, se ha transmitido ya a los líderes de la Coordinadora.

Desde la psiquiatría, Fanon imaginó una terapia colectiva para salvar al mundo. Estimaba que los pueblos inferiores son vistos como peligrosos por los superiores, y por eso los explotan, los condenan; gracias a eso, los inferiores aprenden a odiar su propia condición.

El condenado —agregaba Fanon— necesita redimirse y debe hacerlo por la violencia, a través de la cual se hará humano. En esa lucha, el campesinado tiene mayor potencialidad de hacer la revolución violenta que el condenado urbano, porque no tiene nada que perder y todo que ganar, afirmaba Fanon. Sólo la revolución inventará, descubrirá y creará un hombre nuevo y total, y así los condenados salvarán al mundo entero, concluía.

Lo tenía clarito el joven comunero entrevistado en televisión días atrás: “Daré mi vida por las luchas del pueblo mapuche”, decía con la misma convicción de un cubano en la Sierra Maestra o de un argelino en su lucha contra Francia.

Mientras tanto, el Gobierno sigue pensando que el problema es complejo, y manda una comisión.

La iniciativa será inútil si no se tiene voluntad de aislar el foco: darle su importancia al mono, quitarle la navaja y ponerlo en cuarentena. Por ahí comienza la búsqueda de una auténtica solución a los problemas de la etnia mapuche.

(*)CAM, Cordinadora Arauco Malleco, agrupación que se ha adjudicado
casi todos los atentados de sectores radicalizados Mapuches.

Esta publicación corresponde a la columna de los miércoles
del Profesor Gonzalo Rojas en Diario El Mercurio.