Democracia traicionada.
La democracia ha sido traicionada precisamente por aquellos que se auto erigieron en sus defensores y que una vez en el poder quisieron imponer “autocráticamente” sistemas totalitarios que transformaran a grupos de poder, sus partidos, en los únicos intermediarios entre la voluntad popular y sus ilegitimas aspiraciones.
Han usado la defensa de los valores más profundos del ser humano, sus creencias religiosas, su amor por la Patria, los afanes de justicia social y las necesidades apremiantes de los más humildes para transformarse en la nueva clase dominante y en ricos de nuevo cuño.
Con un discurso populista han logrado que las masas les sigan en su aventura, en la que nunca delatan sus torvos propósitos antes de “encaramarse”, por la vía legal, en las posiciones dominantes del poder Ejecutivo o del Legislativo, para una vez encumbrados comenzar a mostrar su verdadera faz.
Casos de este tipo tenemos en la historia del mundo por montones, baste recordar a un Adolfo Hitler o a un Manuel Zelaya, en el exterior, o hacer memoria sobre lo que sucedió en Chile en los negros mil días en que Gobernó la unidad popular con Salvador Allende a la cabeza.
Hoy los totalitarios mantienen sus mismas aviesas intenciones, pero envuelven en bonitos y engañosos programas sus propósitos, actuando como los dueños de nuestros países, designando inclusive a quienes les sucederán en el poder, utilizando para ello el incontrarrestable peso del aparato estatal.
Sus secuaces llegan a las empresas del estado como amos y señores, las mal administran en el mejor de los casos, llenan la Administración con sus amigos o parientes, usando el dinero de la ciudadanía como si fuera suyo propio o simplemente llevándoselo para la casa.
Intentan corromper el alma de nuestros conciudadanos con dádivas, ciertamente pagadas por los mismos beneficiarios con impuestos inmensos, o con cargo a las utilidades que producen materias primas requeridas por el mundo, como el petróleo o el cobre, que logran altos precios.
Con su publicidad y propaganda deconstruyen los valores fundamentales de las naciones, debilitan a la familia, fomentan costumbres exógenas y nos convencen que actitudes grotescas son la señal inequívoca del modernismo o del progresismo del que hacen gárgaras.
Han resultado ser unos excelentes alumnos de las teorías de Antonio Granchi, son los legítimos herederos de la máquina publicitaria que invento Joseph Goebbels para el nazismo, son una copia, mejorada en el cinismo, del Partido Revolucionario mexicano que gobernó 70 años con mano de hierro, hablando de democracia.
En esencia son liberticidas, pues sus malas intenciones y las prácticas amorales con que llevan a cabo su participación en la política no solo desacreditan a quienes participan en ella, sino que, más grave aún, son una puñalada por la espalda a quienes de verdad defienden como un valor intransable las libertades ciudadanas.
Nos hemos equivocado, todos los pueblos del mundo en innumerables ocasiones, los chilenos al menos cinco veces, cuatro de las cuales han sido consecutivas, es de esperar que no caigamos nuevamente con la consigna de un Estado más fuerte, pues sin duda haciéndolo estaremos forjando las cadenas con las que nos quieren aherrojar.