Dicen por allí que “quien siembra vientos generalmente cosecha tempestades”, lo que al parecer le sucedió a la Ministro de Educación Mónica Jiménez de la Jara, que constantemente esta zahiriendo a sus contradictores e invitando a diálogos completamente imaginarios.
Desde el Gobierno hemos visto, en especial desde la llegada de Bachelet a La Moneda, una creciente escalada de descalificaciones a los adversarios, sátiras bastante ridículas y un permanente estilo confrontacional con todos aquellos que tienen la osadía de tener opiniones distintas a las del Ejecutivo.
Por esta “máquina” de moler carne han pasado los opositores, los empresarios, los estudiantes, los trabajadores portuarios, los profesores, la oposición, y todo aquel que critique el accionar del oficialismo, que como está ya bastante claro es absolutamente ineficiente, cuando no deshonesto.
Las enemistades sociales, o políticas, son una de las herramientas que comúnmente utilizan las izquierdas del mundo para neutralizar a sus opositores, sea por temor a ser ridiculizados o por el miedo, bastante más humano, a ser agredidos por los termocéfalos que les acompañan.
No basta con aparecer un día sonriente y ponderando a los adversarios por su cooperación, si el resto del tiempo existe una diatriba permanente con el afán de desprestigiarlos y así lograr aferrarse a ese poder que tanto les gusta y que tan buenos dividendos les ha proporcionado.
La amistad cívica, para que sea posible, es un ejercicio que debe partir por la reconciliación, dejando de lado la prédica de odios que permanentemente agitan contra amplios sectores de la ciudadanía, y basarse de verdad en la Unión Nacional y en una Justicia recta.
Resulta curioso ver a quienes atacan e insultan permanentemente a sus opositores, a aquellos que cuando no saben qué responder solo se dedican a mentar a Pinochet y a la dictadura, llorar como niños de pre-kinder a la primera respuesta que reciben de aquellos a los que han ofendido permanentemente.
No queremos ni imaginarnos lo que sucedería a la Presidente Bachelet si en hora peak se subiera al Metro o a un bus del Transantiago, sin su cohorte de guardias ni asesores, lo más probable es que como respuesta a su falta de respeto por los chilenos no recibiera precisamente un jarro de agua