La droga es una lacra social de efectos devastadores en los consumidores y absolutamente disolvente del círculo familiar de quienes caen en el consumo de ellas, pues al innegable daño físico se agrega la destrucción de valores y la superposición de un mundo extraño con la realidad.
El trafico de estupefacientes, sean del tipo que sean e incluso las que se encuentran legalizadas, es inmoral y por sus altos ingresos tiende a corromper absolutamente a todos los involucrados, pues el “poder” que otorga este “dinero fácil” es utilizado para “adquirir” favores o protección.
Vemos la legalidad y la institucionalidad amagadas por el actuar de pandillas que han infiltrado las Policías, los Tribunales de Justicia, Gendarmería, lo que sin duda aumenta la aguda inseguridad con que está viviendo la ciudadanía, provocando, además, la pérdida de credibilidad en el sistema.
Por un lado, los adictos, recurren a cualesquier medio, sea prostituirse, robar o matar, para conseguir la sustancia que les permite vivir en su mundo fantasioso, pero que además les calma la “angustia” que les produce la falta del estimulante. Los mafiosos obtienen un alto lucro de la destrucción de humanos y de la sociedad.
El fenómeno del narcotráfico ya se ha instalado en el país, aunque algunos prefieran hacerse los lesos y mirar para el lado, con un “extraño vigor” lo que sin duda amenaza a nuestras juventudes y pone un signo de interrogación sobre el futuro de la Nación.
Las cifras son alarmantes, los niños comienzan el consumo de drogas a corta edad, perdiendo por completo las “barreras” que impone el saber la peligrosidad de sus acciones. Nos encontramos, por otro lado, con que un número creciente de trabajadores, en especial ejecutivos, también han sucumbido a esta maldición.
Sin duda Chile, de ser un pasadizo de las drogas destinadas a los mercados de alto consumo, en Europa y Estados Unidos, se ha ido convirtiendo rápidamente en un país de consumo y han aparecido “mafias” muy poderosas que lo fomentan y protegen su inmoral negocio.
Ya se han transformado en habituales las peleas entre las bandas, sea por autodefensa o por conseguir el control de las zonas “comerciales”, en las poblaciones se ve a diario enfrentamientos armados, “cobradas de cuentas” o mexicanas que inevitablemente terminan ensangrentando las noticias.
La lucha contra este flagelo es difícil, pues además de una voluntad política de terminar con él, que no vemos, requiere el apoyo decidido de la ciudadanía y un legislación que sanciones de manera ejemplar a los “promotores”, financistas, encubridores, redes de protección y participantes de estos cárteles.
Pensamos que todavía estamos a tiempo para reaccionar, tenemos como espada de Damocles sobre la cabeza la colombianización del país, con la criminalidad, secuestros y destrucción que conlleva, además del riesgo inminente de que también en Chile se “asocien” con grupos extremistas.
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El trafico de estupefacientes, sean del tipo que sean e incluso las que se encuentran legalizadas, es inmoral y por sus altos ingresos tiende a corromper absolutamente a todos los involucrados, pues el “poder” que otorga este “dinero fácil” es utilizado para “adquirir” favores o protección.
Vemos la legalidad y la institucionalidad amagadas por el actuar de pandillas que han infiltrado las Policías, los Tribunales de Justicia, Gendarmería, lo que sin duda aumenta la aguda inseguridad con que está viviendo la ciudadanía, provocando, además, la pérdida de credibilidad en el sistema.
Por un lado, los adictos, recurren a cualesquier medio, sea prostituirse, robar o matar, para conseguir la sustancia que les permite vivir en su mundo fantasioso, pero que además les calma la “angustia” que les produce la falta del estimulante. Los mafiosos obtienen un alto lucro de la destrucción de humanos y de la sociedad.
El fenómeno del narcotráfico ya se ha instalado en el país, aunque algunos prefieran hacerse los lesos y mirar para el lado, con un “extraño vigor” lo que sin duda amenaza a nuestras juventudes y pone un signo de interrogación sobre el futuro de la Nación.
Las cifras son alarmantes, los niños comienzan el consumo de drogas a corta edad, perdiendo por completo las “barreras” que impone el saber la peligrosidad de sus acciones. Nos encontramos, por otro lado, con que un número creciente de trabajadores, en especial ejecutivos, también han sucumbido a esta maldición.
Sin duda Chile, de ser un pasadizo de las drogas destinadas a los mercados de alto consumo, en Europa y Estados Unidos, se ha ido convirtiendo rápidamente en un país de consumo y han aparecido “mafias” muy poderosas que lo fomentan y protegen su inmoral negocio.
Ya se han transformado en habituales las peleas entre las bandas, sea por autodefensa o por conseguir el control de las zonas “comerciales”, en las poblaciones se ve a diario enfrentamientos armados, “cobradas de cuentas” o mexicanas que inevitablemente terminan ensangrentando las noticias.
La lucha contra este flagelo es difícil, pues además de una voluntad política de terminar con él, que no vemos, requiere el apoyo decidido de la ciudadanía y un legislación que sanciones de manera ejemplar a los “promotores”, financistas, encubridores, redes de protección y participantes de estos cárteles.
Pensamos que todavía estamos a tiempo para reaccionar, tenemos como espada de Damocles sobre la cabeza la colombianización del país, con la criminalidad, secuestros y destrucción que conlleva, además del riesgo inminente de que también en Chile se “asocien” con grupos extremistas.
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