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martes, 24 de junio de 2008

Legitimemos la política.

(Metro colapzado, ejemplo de imprevisión, falta de estudios, e incapacidad)

Legitimemos la política.

La falta de interés por la actividad pública solo demuestra que la sociedad está cansada de promesas incumplidas, lo que implica una pérdida total de la credibilidad de los actores políticos, además de una decisión personal de mucha gente de abdicar a sus derechos, cargando sobre los hombros del resto la responsabilidad de elegir a los representantes, quizás como una manera de no cargar con las culpas.

Lo anterior resulta preocupante, pues la mitad de los posibles electores se restan a las decisiones de futuro, sea por abstención o sea por que simplemente no se inscriben para no verse obligados a votar, lo que nos lleva a la formación de mayorías que son absolutamente no representativas y a designaciones que a nuestro modo de ver carecen de la debida legitimidad.

Sin duda se necesita re-encantar la política, por un lado llevando a ella a los mejores elementos con que cuenta el país, con capacidades de innovación y de administración, que aporten contenidos serios, posean ese “manoseado” espíritu de Servicio Publico y estén dispuestos a “jugársela” por el desarrollo del país, conduciéndonos a la recuperación del camino de la justicia.

Otro de los factores indispensables es llevar a la política la responsabilidad y el cumplimiento de la palabra comprometida, lo que sin duda solamente se conseguirá con las reformas legales que permitan sancionar a los demagogos que ofrecen lo que no pueden o no quieren cumplir, con la pérdida de sus cargos y eventualmente castigos aflictivos, por la estafa social que constituye jugar con las esperanzas populares.

Nunca lograremos “arreglar” este problema si no instauramos, como existe en muchos países del mundo, los procesos revocatorios, porque además de convalidar el engaño con una absoluta impunidad, estamos aumentando la distancia entre los poderes públicos y el pueblo llano, situación que ya llega a el absurdo de haber creado un mundo político y un mundo aparte para la sociedad.

La moralización de una actividad noble como esta es un imperativo inexcusable, mientras más nos demoremos, los resultados serán más lamentables, pues por un lado los “electos” creen tener poderes “monárquicos”, aunque sean a plazo fijo, y la sociedad tiene que pagar sus errores, que mas parecen horrores, en una cuenta de sufrimientos y privaciones totalmente innecesarios.

Debemos, forzosamente, además, producir una verdadera separación, con absoluta independencia de los tres poderes del Estado, pues el Parlamento hoy es un rehén de los caprichos del Ejecutivo, por el inicuo manejo de su agenda y la falta de atribuciones en lo que implique gasto, mientras el Judicial tiene una clara dependencia por el financiamiento y los ascensos a los cargos superiores.

De no actuar con la prontitud necesaria nos encontraremos con el absurdo de un sistema presuntamente democrático en el que las decisiones son tomadas por ínfimas minorías para asegurar la permanencia en las esferas de poder de verdaderas autocracias que conforman oligarquías que no representan al pueblo chileno.

Honestidad, capacidad, ética, valores morales, conocimientos, son algunas de las características que es necesario incorporar a la vida pública, además por cierto de la humildad, el respeto, rodearse de los mejores elementos que hay en la plaza, enterrando para siempre el absurdo y, porque no decirlo, corrupto cuoteo que lleva solo a los “amigos” o “compañeros” a los cargos de responsabilidad.