Algunas reflexiones
Nuestros gobernantes son expertos en verificar los síntomas de los problemas que afectan a la sociedad, lamentablemente sus capacidades llegan solo hasta el diagnostico, demostrando una increíble incapacidad para proporcionar al paciente un tratamiento que implique la mejoría de la enfermedad.
El país está enfermo, carece de la necesaria confianza en las Autoridades, que sería una defensa, y en las Instituciones, cuya credibilidad ha sido severamente mermada por las acciones de los mismos Gobernantes. Nada de lo que han prometido han cumplido, generando insatisfacción e ira.
La elites gubernamentales se han encapsulado en la Casa de Gobierno, intentando imponer sus particulares visiones de futuro, falsificando el pasado y olvidando el futuro, haciendo caso omiso de las necesidades del pueblo, a quien de manera constante se niegan a escuchar.
La situación la vemos claramente ejemplificada con la absurda puesta en marcha del Transantiago, sin que estuviera la infraestructura necesaria, con en intento de imponer su reforma educacional, sin escuchar a los involucrados o con su renuencia a rebajar la inmensa carga tributaria de las personas.
La Administración parece sentir que el pueblo les designó para ejercer una dictadura o estableció una monarquía con plazo fijo, olvidando que son “representantes” del pueblo, a quien prometieron defender y empleados de la Constitución, a la que prometieron o juraron respetar.
Sin duda la “inercia” que caracteriza a la Concertación ha provocado manifestaciones de protesta importantes, básicamente porque la sociedad a entendido que el Ejecutivo solo se preocupa de los problemas que afectan a aquellos que tienen capacidad de presionar, que tensionan la convivencia.
Con este desidia Estatal solo hemos cosechado un inmensa cesantía, que ya se ha transformado en estructural, el brote de una inmensa inflación, a pesar de los intentos por manejar las cifras, una salud muy deteriorada y una educación no apta para la época en que vivimos.
Creemos que la Concertación, que en mucos aspectos demuestra estar desconcertada, ha terminado su ciclo, marcado por la falta de ideas, escasa visión de futuro e impactantes demostraciones de inhabilidad, que claramente son los responsables del estancamiento que vivimos.
La crisis de credibilidad y representatividad, que aunque sea un fenómeno global, ha sido impulsado por la misma clase política, que además de haber frustrado las aspiraciones que ellos crearon en la gente, se han dedicado, de manera casi metódica, a banalizar la actividad pública.
La ciudadanía requiere que las instituciones se pongan a tono con la actualidad, se prestigie la actividad pública, llevando a allá a los y las mejores, y que los que se han dedicado a estas actividades entiendan que están allí para servir a los chilenos, no para servirse ellos.
Chile no puede desarrollarse con la inmensa brecha existente entre la población, que sufre todos los rigores de políticas equivocadas, y una institucionalidad que trata de hacer solo lo que ella quiere, haciéndose los sordos al clamor popular.
Nuestros gobernantes son expertos en verificar los síntomas de los problemas que afectan a la sociedad, lamentablemente sus capacidades llegan solo hasta el diagnostico, demostrando una increíble incapacidad para proporcionar al paciente un tratamiento que implique la mejoría de la enfermedad.
El país está enfermo, carece de la necesaria confianza en las Autoridades, que sería una defensa, y en las Instituciones, cuya credibilidad ha sido severamente mermada por las acciones de los mismos Gobernantes. Nada de lo que han prometido han cumplido, generando insatisfacción e ira.
La elites gubernamentales se han encapsulado en la Casa de Gobierno, intentando imponer sus particulares visiones de futuro, falsificando el pasado y olvidando el futuro, haciendo caso omiso de las necesidades del pueblo, a quien de manera constante se niegan a escuchar.
La situación la vemos claramente ejemplificada con la absurda puesta en marcha del Transantiago, sin que estuviera la infraestructura necesaria, con en intento de imponer su reforma educacional, sin escuchar a los involucrados o con su renuencia a rebajar la inmensa carga tributaria de las personas.
La Administración parece sentir que el pueblo les designó para ejercer una dictadura o estableció una monarquía con plazo fijo, olvidando que son “representantes” del pueblo, a quien prometieron defender y empleados de la Constitución, a la que prometieron o juraron respetar.
Sin duda la “inercia” que caracteriza a la Concertación ha provocado manifestaciones de protesta importantes, básicamente porque la sociedad a entendido que el Ejecutivo solo se preocupa de los problemas que afectan a aquellos que tienen capacidad de presionar, que tensionan la convivencia.
Con este desidia Estatal solo hemos cosechado un inmensa cesantía, que ya se ha transformado en estructural, el brote de una inmensa inflación, a pesar de los intentos por manejar las cifras, una salud muy deteriorada y una educación no apta para la época en que vivimos.
Creemos que la Concertación, que en mucos aspectos demuestra estar desconcertada, ha terminado su ciclo, marcado por la falta de ideas, escasa visión de futuro e impactantes demostraciones de inhabilidad, que claramente son los responsables del estancamiento que vivimos.
La crisis de credibilidad y representatividad, que aunque sea un fenómeno global, ha sido impulsado por la misma clase política, que además de haber frustrado las aspiraciones que ellos crearon en la gente, se han dedicado, de manera casi metódica, a banalizar la actividad pública.
La ciudadanía requiere que las instituciones se pongan a tono con la actualidad, se prestigie la actividad pública, llevando a allá a los y las mejores, y que los que se han dedicado a estas actividades entiendan que están allí para servir a los chilenos, no para servirse ellos.
Chile no puede desarrollarse con la inmensa brecha existente entre la población, que sufre todos los rigores de políticas equivocadas, y una institucionalidad que trata de hacer solo lo que ella quiere, haciéndose los sordos al clamor popular.