El piñerismo y una nueva derecha,
por Cristina Bitar.
En sus primeras semanas, el Presidente Piñera ha sorprendido al país con un gobierno diferente del que se esperaba de la coalición de centroderecha. Lejos de los estereotipos de una derecha excluyente y dogmática, ha impuesto una agenda transversal, que no teme subir impuestos, que integra personas de distinto signo político y que va mucho más allá de la mera eficiencia como signo distintivo. La capacidad de arrebatarle las banderas al adversario ha descolocado a la Concertación, que en el Parlamento aparece incapaz de hacer una oposición confrontacional, y se percibe ya un gobierno que penetra en el apoyo del electorado de centro.
La legitimidad que le da el alza tributaria, a pesar de ser moderada y temporal, le permitirá mañana avanzar en una agenda que incluya probablemente enajenación de activos del Estado, programas de concesiones e introducir mecanismos de control de gestión en áreas como la educación y la salud. Difícil será para la oposición negarse a este tipo de medidas, frente a un gobierno que se muestra pragmático y que asume como propias las mejores políticas públicas, sin importar su origen ideológico.
El Presidente y su ministro del Interior han sido los líderes más visibles de esta nueva derecha y cabe ya advertir que estamos probablemente frente al surgimiento de un nuevo eje en la política chilena, con una opción liberal que asume la libertad económica junto con la libertad política, en una propuesta que resulta muy coherente con la sociedad del siglo XXI y con un país que ya se acerca al desarrollo. El tiempo de las exclusiones, las categorías de amigos y enemigos está superado. El electorado que derrotó a la Concertación está conformado por una gran clase media emergente, que valora lo bueno del mercado, cuyos hijos estudian en colegios particulares subvencionados, que aspiran a estudiar en universidades privadas y que ven para su futuro una opción laboral en la empresa privada o, mejor aún, siendo ellos mismos emprendedores que crean su propia empresa.
Es curioso, pero con todas las diferencias obvias, es imposible dejar de ver un paralelo entre el proceso de la España postfranquista y el chileno. Sin perjuicio del periodo de Suárez, que hace la primera transición desde el régimen franquista hacia el gobierno del PSOE, éste luego es sucedido por una derecha encarnada por el PP, que estaba en las antípodas del franquismo y que se levantó como una opción de derecha atractiva para las nuevas generaciones y compatible con el tipo de sociedad desarrollada y abierta que los españoles anhelaban.
El cambio es profundo y está recién comenzando a percibirse, pero puede significar el inicio de un ciclo que cambie muy profundamente la fisonomía política de Chile. Si esto va a dar lugar a un reordenamiento de los partidos políticos es difícil de anticipar, pero ya se aprecia que éste no es el gobierno sólo de Renovación Nacional y de la UDI, sino que tiene un sello distinto y a ratos ya se percibe la incomodidad de muchos que se sienten parte del mapa político de los 70 o de los 80, pero que no se sienten identificados con esta nueva alternativa que hoy se levanta desde La Moneda. Es de suponer que esto traerá también un cambio en los liderazgos y ya se aprecia cómo el Presidente Piñera y el ministro del Interior se levantan como los grandes líderes del futuro de esta nueva derecha. Su apuesta es alta, pero es posible que, con su pragmatismo y la capacidad de sintonizar con el sentido común de ese Chile emergente, se esté anunciando el nacimiento de una nueva derecha que llega para quedarse.