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viernes, 18 de diciembre de 2009

Escoger otro pueblo, por Roberto Ampuero.

Escoger otro pueblo,

por Roberto Ampuero.

Viajé a Chile a respaldar la candidatura opositora pues considero que, en coyunturas cruciales del país o el mundo, un intelectual debe transparentar su opción política. Vivimos tiempos cruciales en este balotaje: después de 20 años de Concertación, urge un cambio de liderazgo en La Moneda. Admito que para un novelista tiene costos asumir en público su preferencia política, como dicen los editores, pero corresponde sincerarse ante los lectores, por consideración hacia ellos mismos.

En rigor, la tradición intelectual latinoamericana —desde Rodó y Martí, pasando por Vargas Llosa o García Márquez, Pablo Neruda y Jorge Edwards— no levanta un dique insalvable entre literatura y política, pero tampoco coloca la literatura al servicio de la política, y cuando lo hace, es la literatura la que pierde.

En la recta final hacia el balotaje, veo con inquietud que la Concertación postula que ahora se enfrentan “las fuerzas democráticas y progresistas”, que representaría Eduardo Frei, con las fuerzas supuestamente no democráticas y refractarias al progreso, agrupadas, según esa misma lógica, en torno a Sebastián Piñera.

La Concertación requiere volver a la cordura y la mesura: no es una tragedia nacional cuando en democracia se produce un relevo de gobierno por otro de un color distinto.

Esta afirmación no sólo falsea la realidad, emponzoña la convivencia nacional y caricaturiza a la ciudadanía, sino que también resulta perniciosa para la imagen internacional del país. Daña a Chile, pues nos presenta como una nación a punto de caer en un régimen no democrático, lo que ofende la solidez de nuestra democracia, enloda el funcionamiento de nuestra institucionalidad y condena la preferencia política de un sector mayoritario de la nación.

Esto resulta particularmente amargo y doloroso para el país cuando es el Gobierno de la República el que respalda esta visión odiosa, divisoria y falsa de nuestra sociedad. Al desacreditar la candidatura presidencial opositora, ampliamente favorita en todas las encuestas, se perjudica la imagen del país y del probable nuevo Mandatario, lo que puede acarrear delicados efectos internos y debilitar la autoridad de Chile en la arena y tribunales internacionales.

La Concertación requiere volver a la cordura y la mesura: no es una tragedia nacional cuando en democracia se produce un relevo de gobierno por otro de un color distinto. La alternancia en el poder político es la forma natural en que se cristalizan la diversidad, la pluralidad y el cambio de opinión política de la ciudadanía en un momento determinado. Resulta nefasto para un país cuando un sector político tiene una visión mesiánica de sí mismo, cree que es el único llamado a gobernar e interpreta la pérdida democrática del poder como una usurpación.

Lamento que desde el oficialismo se desvirtúe la solidez de nuestra democracia y se demonice la madurez cívica de la ciudadanía. Sugerir que Chile está a punto de caer en manos de fuerzas no democráticas es jugar cruelmente con la imagen internacional del país y envenenar la convivencia nacional; es subordinar el renombre de Chile a apetitos de poder. La estrategia de demonizar a la oposición me trae a la memoria las palabras que dirigió el dramaturgo Bertolt Brecht, en 1953, al régimen comunista germano-oriental, que enfrentaba una rebelión popular. Si a los dirigentes del pueblo no les gusta la elección del pueblo —decía Brecht—, entonces es mejor que esos dirigentes elijan otro pueblo.