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viernes, 11 de diciembre de 2009

No da lo mismo quién gobierna, por Sergio Melnick


Estoy orgulloso de ser conservador en lo moral y creer en Dios. Como lo estoy de ser progresista en la economía, tecnología, diseño y la organización. Estoy orgulloso de defender la sociedad que maximiza libertad de las personas, y por eso soy de derecha. Creo que las personas son muy distintas entre sí, pero no mejores ni peores, simplemente diferentes. En esa diversidad radica la riqueza de la especie. El tratar de homogeneizarlas es el peor daño al ser humano, que lucha desde siempre por diferenciarse. Creo en la igualdad de oportunidades como la esencia de la política social, y no en el asistencialismo, salvo en la emergencia. La pobreza y desigualdad extremas son sin duda una emergencia, como Chaitén.

La verdadera libertad es una gran aspiración humana, y ésta debe necesariamente ir acompañada de la responsabilidad individual. La libertad esencial tiene que ver con la elección de valores y el respeto a los demás. Por cierto hay responsabilidades colectivas, pero nada hay peor que traspasar la responsabilidad personal a un Estado difuso, al final siempre opresor cuando crece en forma desmedida. Nada es humanamente más digno que la propia autonomía, el logro del empleo productivo, la independencia, la capacidad de tener emprendimientos propios, el desarrollo de la imaginación, de poder guiar personalmente a los hijos, el elegir las creencias.

Creo entonces fundamental distinguir entre el Estado y el gobierno, los que la izquierda siempre quiere igualar. El gobierno es una necesidad de la convivencia y la defensa común, pero la sociedad ideal es precisamente la que requiere menos gobierno y más Estado, es decir, la mayor autorregulación posible. Por cierto, a mayor complejidad de la sociedad, mayor es la necesidad de regulación de los mercados y relaciones, por las asimetrías de información.

Los conservadores no se oponen al cambio, sino al contrario. El tema es la forma de realizarlo. Los que se dicen progresistas en realidad son generalmente disruptistas, y normalmente terminan haciendo más daño que bien. La sociedad tiene miles de años y una cierta lógica, tal como la naturaleza, y en ambos casos debemos tener cuidado de no quedar peor que de donde partimos. ¿Es malo acaso ser conservador con el medio ambiente?

No es lo mismo ver al ser humano como un lobo que como una oveja. En ambos casos el tipo de organización que se requiere es diferente. Ese es el debate Hobbes/Rousseau y la base de las grandes teorías del contrato social. Nadie tiene toda la razón. Pero los “progresistas de izquierda” se creen iluminados, redentores.

Con sólo buenas intenciones no se gobierna una nación. La PSU se hizo para emparejar la cancha, pero resultó justo al revés. Las becas Bicentenario son una gran idea, pero han sido muy mal otorgadas. El medio ambiente es fundamental, pero requiere acciones claras que no están, y hasta el famoso “gerente del aire” desapareció. El transporte urbano requiere mejoras, pero no al estilo del Transantiago. La delincuencia ha sido mal abordada. La educación es un fracaso, con enormes gastos. El Auge es quizás una buena idea, pero no lo logran gestionar adecuadamente. El manejo de los hospitales es casi trágico. El Sename hace agua por todos lados. La Conadi, otro desastre. La productividad ha caído año tras año durante Bachelet, así como la corrupción ha subido año tras año. EFE se desangra. El aparato estatal se anquilosa diariamente. Los empleados públicos hacen huelgas ilegales. El desempleo es sistemáticamente alto hace más de 10 años.

Entonces Bachelet, de muy magros resultados en su gestión, tiene razón: no da lo mismo quién gobierna.