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miércoles, 20 de enero de 2010

Testimonio de una derrota, por Max Colodro.


Esta no era una derrota inevitable. No estaba escrita en los astros, pero, al final, era a todas luces previsible. De alguna manera, comenzó a escribirse hace ya muchos años, cuando la Concertación optó por la comodidad del poder y perdió el cable a tierra, los nexos con el país que había contribuido a transformar. Las malas prácticas, la captura del Estado, el reino y la impunidad de los operadores políticos fueron el decadente síntoma de su enfermedad, pero no la enfermedad en sí misma. La pérdida de sintonía con el Chile de la calle, su incapacidad para entender y enfrentar el desafío de la renovación, las caras repetidas una y mil veces, su vacío de futuro, fueron en rigor la larga antesala de una derrota químicamente pura.

Las señales y evidencias del deterioro de la Concertación fueron muchas, pero no se quiso ver ni escuchar. El resultado de las municipales del 2008 debió prender todas las alarmas, pero se optó por seguir como el “Titanic”: derecho contra el iceberg. Las primarias representaron la última gran oportunidad de rectificación, la instancia que debía abrir las puertas y las ventanas para que entrara aire fresco, liderazgos nuevos, debates e ideas innovadoras. Pero las dirigencias políticas optaron precisamente por lo contrario: la lógica cupular de los hechos consumados. Se terminó así con una candidatura herida en su legitimidad y con dos ex militantes de la Concertación compitiendo por fuera. Lo que siguió entonces era ya inevitable: enervamiento, frustración, culpas repartidas a diestro y siniestro. ¿Cuántos militantes y simpatizantes del oficialismo nos sentimos literalmente expulsados cuando a Marco se le impidió inscribir su candidatura y a José Antonio Gómez se lo matoneó frente a todo el país? Muchos de los que hoy rasgan vestiduras guardaron frente a todo ello un cómodo silencio.

Los resultados ahora están a la vista y son duros como la roca. Con seguridad, estaremos un buen tiempo repartiendo responsabilidades ajenas y eludiendo las propias, pero ya no sirve de nada. La Concertación como proyecto de gobernabilidad ha dejado de existir. Muchos de los que acompañamos a Marco en su desafío a las cúpulas y en su voluntad de competir terminamos resignados apoyando a Frei en segunda vuelta. Para algunos fue la lógica del mal menor; para otros, simplemente la convicción de que, en la hora decisiva, debíamos estar con el Chile derrotado el domingo, entre aquellos que no fueron y no fuimos capaces de evitar el triunfo de la oposición. Los partidarios de Frei, y muchos de los que apoyamos a Marco y a Arrate, no podíamos no ser parte de un fracaso anunciado al que, de una u otra manera, todos contribuimos. Los que hicimos y los que dejamos hacer.

Vienen tiempos duros para la centroizquierda, tiempos que serán como el “odio de Dios” del que hablaba Vallejo. Y a los que ya quemamos las naves en este frustrado intento de renovación sólo nos queda la esperanza de que los jóvenes de la Concertación hayan aprendido la lección. No se puede tener a los pueblos eternamente atados a los traumas del pasado. La política tiene que ver con esperanzas, con ofertas de futuro, no puede ser sólo un museo de la memoria. Si no somos capaces de hablarles de nuevo a todos y cada uno de los chilenos, y no sólo a los «progresistas», a los de centroizquierda, a los que quieren «más Estado», a los que no les gusta la derecha, no podremos volver a ser mayoría en mucho tiempo. Si no logramos pensar y proponer un país donde quepan todos y cada uno, ésta será la primera derrota en democracia, pero no la última.

(Creemos que es el análisis más enserio que ha salido desde una concertación que se desgaja buscando culpabilidades y responsabilidades, pero utilizando anteojeras en un intento por hacer recaer las responsabilidades sobre otros.)

Fuente: Diario La Segunda.