jueves, 29 de mayo de 2008
Los hombres nos hemos dado sistemas judiciales para mantener las relaciones entre los humanos de manera civilizada, para que en caso de conflicto personal especializado dirima sobre los meritos que tiene cada uno de los alegatos, para regular las limitaciones a la libertades personales cuándo estas afectan a las de otras personas, y ciertamente para castigar a quienes contravienen los reglamentos que la sociedad se ha dado para asegurar la convivencia.
Como resulta obvio de la descripción anterior, los Magistrados deben ser impolutos, no deben tener ninguno de los defectos que tenemos los ciudadanos corrientes, deben tener una moralidad sin tacha, una capacidad de análisis superior a la corriente, necesitan ser sabios en los conocimientos legales y en la aplicación de estos, es forzoso que sean independientes de los otros poderes y del influjo del dinero, pero por sobre todo requieren tener el don de la Justicia,
Al hacer esta descripción no estoy pretendiendo encontrar super hombres, solo hombres, que con nuestras mismas miserias y falencias sean capaces de sobreponerse a ellos para poder realizar de manera digna sus labores. En lo que si tienen que ser superiores es en su capacidad de estudio y de ponderación de las situaciones que son llevadas a su Tribunal para así, no solo dictar un fallo, lo que sería muy simple, sino que para hacer verdadera Justicia.
Nuestras Leyes, por provenir del Código Napoleónico lo tienen casi todo escrito por los que el Magistrado deberá ser un gran lector, deja muy pocas cosas a la imaginación o a la interpretación, por lo que deberá ser muy estudioso, por la profusión de Leyes se pueden producir superposiciones, por lo que deberá ser muy analítico, las argumentaciones que escuchará intentarán llevarlo a conclusiones favorables a quien las hace, por lo que deberá ser muy atento.
Debiéramos suponer que en las Cortes de Justicia solo encontraremos prohombres, llenos de valores y dedicados a esas delicadas funciones más por un afán de servicio publico que por la remuneración que les paga el Estado o a las especiales prebendas que recibe del Fisco. Los tribunales de Justicia debieran ser el espejo en que se mirara la ciudadanía intentando encontrar el camino para ser mejores humanos, debieran ser nuestro ejemplo de vida.
Desgraciadamente, ahora que todo se sabe con mucha rapidez, se ha detectado que hay jueces que hacen fiestas especiales en prostíbulos, otros que satisfacen sus necesidades homosexuales asistiendo a saunas dedicados a eso, que hay otros que manifiestan banalidad al condicionar el resultado de los procesos al dinero que se les entregue y casos, mucho más graves, de Magistrados que emiten sus juicios pensando solo en el ascenso que lograrán.
Los Juicios que se siguen a los Militares que participaron en la “guerra sucia” habida durante el Gobierno Militar son un claro síntoma de la descomposición que está sufriendo este Poder presuntamente autónomo, se está condenando a gente dejando de cumplir leyes vigentes, como si los Jueces fueran co-legisladores, se está aplicando tratados Internacionales que Chile no ha ratificado, se esta negando a los acusados todos los derechos que la Ley les franquea.
Si esta situación no tuviera los ribetes de escándalo y injusticia que demuestra, a lo mejor no nos preocuparía tanto, pero, conociendo al ser humano estamos ciertos que los derechos que hoy se violan a un millar de personas tarde o tempranos serán desconocidos para toda la ciudadanía, pues es un hecho que en algún momento llegarán personas de corte totalitario que tomarán estas “aberraciones jurídicas” como precedente y las usaran para aherrojar al país.
Ya hemos tenido ejemplos en nuestra historia en los que si la Justicia hubiese cumplido su parte del Pacto Social que es Chile se hubiesen evitado muchos dolores, pretender reparar los errores cometidos por omisión o cobardía castigando injustificadamente e ilegalmente a gente de otro lado nos parece solamente una agravación inaudita de los errores del pasado, pues es como pretender sacar un clavo con otro, es decir aumentar las odiosidades.