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sábado, 19 de noviembre de 2011

Discriminados o discriminadores, por Mario Montes.



Discriminados o discriminadores,
por Mario Montes.




Al tocar algunos temas que para muchos son sensibles, y por cierto opinables, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, contra quienes se oponen, sea por motivos morales, o de cualesquier otra especie, se descarga una pesada artillería de descalificaciones y de insultos, que nos llevan a pensar que los discriminadores son precisamente aquellos que quieren mostrarse como víctimas de la intolerancia de nuestra sociedad.



La Ley que se está tramitando en el Congreso, donde hemos visto muestras claras del sectarismo de quienes se auto califican de “progresistas”, nos parece de una inutilidad impresionante, pues, al parecer algunos de nuestros Parlamentarios o parte importante de nuestra dirigencia creen que por decreto se puede cambiar la forma de ver, pensar o de percibir las realidades que tienen los ciudadanos comunes de nuestra tierra.




Para los que creemos en la creación, y que partimos de la base que Dios creó al género humano en dos versiones, una masculina y otra femenina, no habrá legislación alguna que nos haga cambiar la forma en que miramos a la homosexualidad, así como también será muy difícil que por decreto nos pretendan hacer aceptar como normal algo que sentimos como una anormalidad animalesca de la especie humana o como una perversión aberrante que degrada a la especie.



Nos parece contra natura que un hombre sostenga que se ha enamorado de un ser del mismo género, igual extrañeza nos provoca cuando una mujer pretende saciar sus apetitos sexuales con una persona que tiene los mismos atributos que ella, pero sin tener el equipamiento del que la naturaleza ha dotado a los distintos sexos para que puedan satisfacerse mutuamente y dentro de las posibilidades que formen familia por la vía de la gestación de una nueva vida como resultado de esa unión.



Aunque tengamos muchas cualidades semejantes a los animales, sean estos domésticos o feroces, pensamos que la esencia divina que pensamos tiene el “hombre”, usando la expresión como un genérico que se refiere al macho y a la fémina, sumada a la capacidad de raciocinio de que estamos dotados, nos separa irremisiblemente de los “hermanos menores”, forma cariñosa con que San Francisco de Asís se refería a los seres inferiores del reino animal que no tienen la capacidad de analizar su situación.



Aunque respetamos a los que tienen una opinión diversa a la nuestra, o una forma de vida distinta a la forma en que la concebimos, ni les vamos a insultar, ni a agredir y tampoco a promover que la sociedad les haga el vacio o les intente volver al “closet”, lo que no implica tampoco que estemos dispuestos a que mayorías circunstanciales nos pretendan imponer una forma de vida o de pensamiento que no se aviene con nuestros sentimientos ni nuestra manera de ver la vida.



Todos hablan de los derechos de las minorías, sean estas sexuales o de cualesquier tipo, pero cautelosamente se abstienen de mencionar los derechos de las mayorías silenciosas, los que permanentemente están siendo abrogados por el griterío de unos pocos que meten mucho ruido ante una sociedad que está siendo presionada y se encuentra inerte ante el ataque concertado de estos bulliciosos grupos en asociación con un “progresismo” francamente totalitario.



Vivimos y dejamos vivir, pues tenemos el convencimiento que nuestras libertades tienen como límite las de los demás, pero, dicho esto, tampoco consideramos aceptable que por tener una visión diferente de la vida, sea por motivos religiosos o filosóficos, la discriminación nos sea aplicada a nosotros con la descalificación de ser retrógrados, tener pensamientos pasados de moda ó simplemente que con el apoyo de una Ley, de dudosa inteligencia en su estudio y concreción, se nos pretenda silenciar.

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