¿Cuánto importas, Calidad?,
por Gonzalo Rojas Sánchez.
¡Calidad, Calidad! ¡Cuánto te sedujeron en los comienzos de la aventura, y qué rápido te abandonaron por doncella más atractiva, doña Gratuidad!
Vamos a darte una oportunidad, vamos a presentarte en sociedad, a riesgo, eso sí, de que tengas que sonrojarte al descubrir que son pocos los que te quieren desposar. El parque en el que vamos a sacarte a pasear será uno solo, por el que transitamos hace ya 40 años, y en el que se supone alcanzas tu máximo esplendor: la Universidad.
¿Cómo debieras ser ahí? ¿Qué debieras pedir a quienes te invocan en esa instancia? Ante todo, profesores que profesen. Piedras vivas, los ha llamado Juan de Dios Vial Correa.
Profesar. Demostrar su fe en la tarea educativa, su fe en la verdad, su fe en la persona humana, y juntar a los alumnos con la verdad. Eso es educar, punto. Pero, ¿sabemos cuánto estudian esos profesores? Sabemos lo que publican, por cierto, pero, ¿están al día en su disciplina básica? ¿Aman el conocimiento viejo y nuevo para trabajarlo y exponerlo, para asimilarlo y comunicarlo en el diálogo docente? ¿Leen libros y artículos los profesores universitarios? Sí, obvio, sí leen. Pero, ¿cuántos al año?
Primera pregunta para una encuesta sobre ti, querida Calidad.
Y después, la relación personal, porque no se profesa sin la humanización del maestro al discípulo. Y ahí sí que te sentirás bien abandonada, amiga Calidad. Porque son muchos los profesores universitarios que robotizan su tarea, que formalizan el contacto personal reduciéndolo a un "hablo, preparo guías, contesto, pregunto, entrego la corrección a los ayudantes, dicto las notas, chao".
Segunda pregunta para una investigación sobre cómo te entendemos por acá: Estimado profesor, ¿qué hábitos considera usted los más importantes en su relación con los alumnos? Y... ¿los practica? Póngase nota de 1 a 7, por favor. Y sea sincero, porque le guiña el ojo doña Calidad.
Pero, al otro lado, hacen falta alumnos que tengan pasión por la verdad. Pasión tienen, muchos, casi todos, pero, ¿pasión por el conocimiento? ¿Pasión intelectual? ¿O casi pura pasión vital, a veces recreativa y en otras oportunidades puramente ideológica?
La prueba de fuego es la asistencia libre. Establecida como la condición básica de todo curso universitario, ahí se mide el primer grado de compromiso. Apasionado el que sube del 80 por ciento; tibio el que baja hasta el 40 por ciento; gélido el que no asiste.
Después, la escritura. La pena es que en muchos cursos no se exige la entrega de escritos: ejemplo, los profesores no quieren darse el trabajo de corregirlos. Pero donde sí se piden, ¿qué hace el alumno actual? El pequeño grupo de los apasionados prepara borradores con tiempo, los deja reposar, discute los enfoques con sus pares; en fin, entrega un producto pulido, chispeante.
¿Y la mayoría? No, la mayoría, no. Se mueve en generalizaciones abstractas de vaguedad universal. Cero pasión intelectual: todo light, soft, diet. Pasan las semanas, se mantiene el nivel, se acaba el curso, para otra vez será. Pero quizás sea mejor tomar hacia adelante ramos sin esas presiones, ¿no?
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