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martes, 23 de noviembre de 2010

Ignorancia, por Adolfo Ibáñez Santa María.

Ignorancia,

por Adolfo Ibáñez Santa María.

Somos un país insólito. La actividad minera es la más trascendente y nada sabemos de ella, salvo, y escasamente, en las regiones donde es importante. Pero los demás chilenos la ignoramos absolutamente, en circunstancias de que hemos vivido de su riqueza.

Ignoramos lo importante que fue para los incas. También lo fue para los conquistadores españoles. A partir del siglo XVIII comenzó un desarrollo prácticamente ininterrumpido que nos ha beneficiado sin cesar. A mediados de ese siglo se fundó la Casa de Moneda de Santiago y se le construyó el magnífico edificio que hoy es el palacio de gobierno. En toda Hispanoamérica no se hizo otra fábrica de monedas de esa magnitud y belleza. Muestra la potencia minera que éramos. Ninguna capital del continente reunió un conjunto de edificios monumentales neoclásicos que iguale al de la nuestra.

Durante el siglo XIX, la irrupción del vapor multiplicó la demanda mundial de cobre, permitió agrandar las minas, incrementar considerablemente la producción y abaratar los fletes; llegamos a ser los principales del mundo, a pesar que sólo unos pocos empresarios se animaron con los capitales y la renovación tecnológica: la gran mayoría continuó en la rutina preincaica. Pero a fines de ese siglo dejamos de renovarnos y perdimos nuestras ventajas, porque ellas no son parte de la naturaleza, sino que dependen de nuestro empuje.

Mientras tanto nos volcamos al salitre, al mismo tiempo que los procedimientos cupríferos dieron un salto gigantesco, que posibilitó alcanzar durante el siglo XX volúmenes impensados, pero requiriendo grandes inversiones. Había comenzado la época de la electricidad, que incrementó su consumo y facilitó la extracción y la metalurgia, con menores costos y leyes más bajas. Nuestros procedimientos tradicionales quedaron ridículos al lado de las grandes empresas norteamericanas de la gran minería. El creacionismo estatista y sus políticas de fomento desde 1927 hasta hoy sólo sirvieron para impedir el entierro de las explotaciones viejas y para mantener nuestra ceguera hacia las nuevas tecnologías y sus requerimientos empresariales.

Actualmente, la demanda y los capitales externos, unidos a una legislación prudente, nos ha restituido a la condición de primeros productores mundiales. Sin embargo, la imposición del royalty, único tema minero que se ha discutido en alta voz, ha sido la revancha del espíritu rutinario y de la ignorancia. Aquí hay una reforma del alma que está pendiente.