Después de los mineros, ¿qué?,
por Roberto Ampuero.
Cada vez que voy a Chile, me encuentro con un país diferente. No es de extrañar. Pasamos con facilidad de un estado de ánimo a otro. Supongo que se debe a los terremotos que nos azotan de tanto en tanto. En nuestro yo colectivo habita la convicción de que toda felicidad (o pesar) es fugaz, y que todo puede cambiar o desplomarse en segundos. Por eso mismo, tanto nuestra alegría como nuestra depresión colectivas alcanzan intensidad especial, despiertan pasiones extremas y adquieren el carácter de mensaje venido de una dimensión trascendente.
Durante mi reciente estadía en Chile, me encontré con un país que nada tiene que ver con el que existía semanas después del desastre. Entonces todos hablaban del terremoto y del sitio donde los había sorprendido, y se sentían condenados por la naturaleza. Afuera, extranjeros sostenían que sólo un inmenso amor patrio impedía que los chilenos emigrasen en masa.
Otro fue también el país de la selección de fútbol, dirigida por Marcelo Bielsa, que participó en el Mundial de Sudáfrica. Era un Chile "agrandado", unido, listo para comerse al mundo, convencido de que el deporte era un desquite contra la historia, el infortunio y los cataclismos.
Ahora, en el marco de la presentación de mi nueva novela, me encontré con el país del formidable rescate minero, que asombra afuera por su eficiencia y orgullo nacional, y que hizo trizas la imagen clisé del hemisferio sur como zona de impericia, improvisación y diletantismo. Ya en los aeropuertos de Dallas y Buenos Aires escuché el acento chileno -más fuerte que el de los argentinos de antaño- hablando de inversiones y adquisiciones, impartiendo órdenes por iPhone o comentando vacaciones espléndidas para la galería. Es un Chile algo arrogante, ufano por sus logros en el último cuarto de siglo, consciente de que por fin desde afuera lo miran con otros ojos.
Pero me inquieta que nos quedemos atados al rescate y no miremos al futuro. En rigor, para quienes tienen la tarea de manejar la hasta hace poco anodina imagen de Chile en el extranjero, el tema del rescate debe pertenecer al pasado como para el novelista pertenece al pasado la novela que ya escribió, y actual sólo es la que se propone escribir. ¿Qué hacen hoy quienes proyectan nuestra imagen afuera? ¿Aprovechan el extraordinario capital acumulado por el rescate, o siguen atrapados bajo él? ¿Impulsan el Do it the Chilean way con que afuera nos asocian, o mantienen un viejo lema que nadie conoce? ¿Proyectarán nuestra cultura para perfilarnos? ¿Aprovecharán la señal internacional de Televisión Nacional? ¿Propondrán al menos que el aeropuerto de Santiago se llame Roberto Bolaño, o permitirán que el mundo crea que este chileno es mexicano o español? ¿Crearán un relato atractivo sobre este Chile que cuenta con una ejemplar historia reciente que aún no logra contar? ¿Diseñarán campañas como Brasil o Costa Rica, o como Argentina, que, con inestabilidad y corrupción sempiternas, posee mejor imagen que nosotros?
Sé que una imagen atractiva no sólo emana de una campaña atractiva, sino también de realidades atractivas. Pero aún somos centro de esa mesa planetaria, que por lo general ocupa Estados Unidos. Ese privilegio es fugaz. Si fallamos en diseñar ahora una nueva estrategia para la imagen exterior, con contenidos que narren un Chile apasionante desde el punto de vista cultural, social, económico y geográfico, capaz de atraer más visitantes e inversiones y despertar mayor curiosidad, el gran rescate pronto será como los fuegos artificiales que nos azoran e ilusionan por sus magníficos y breves destellos, y luego son devorados por la noche.