Concertación: Sin agenda y sin propuesta no hay futuro,
por Gonzalo Müller.
“La Concertación sin agenda” es quizás el mejor resumen de las últimas semanas. Salvo el enfrentarse con el Gobierno, son pocas las actuaciones políticas de la coalición que den señales de un proyecto político común a desarrollar.
Pero la ausencia de un programa propio no es sino el producto de la indefinición —crónica a estas alturas— sobre su futuro. Ha pasado casi un año desde que perdieron las elecciones y aún no se sabe si es la renovación la que se impondrá, con nuevos rostros y nuevas ideas, y una apuesta novedosa que abra espacio a recuperar electorados, o si las estructuras de poder dentro de los partidos aún resisten el cambio y se mantienen bajo la lógica de que recuperar el gobierno es una meta posible pues derrota frente al Presidente Piñera habría sido circunstancial, una especie de tormenta perfecta irrepetible.
Es el debate no concluido entre los que aún creen que mantienen cautiva una mayoría social y los que reconocen que la perdieron, y se plantean cómo reconstruirla.
Lo que los dirigentes de la Concertación reconocen transversalmente en privado es que, haciendo lo mismo de siempre —o peor: con los mismos de siempre— no se gana, que es indispensable recurrir a una refundación política, incluso con un cambio de nombre, constituyendo un nuevo referente, más amplio, que mire hacia el futuro, que rescate lo mejor de lo hecho, pero sin las deudas de los cuatro gobiernos: tanto las deudas sociales, es decir, los múltiples grupos que se vieron postergados en sus demandas y que vieron pasar los 20 años sin alcanzar nunca la prioridad necesaria para entrar en la agenda de las soluciones, como las deudas personales, los vetos. Sin ello, es difícil imaginar que la Concertación o su sucesora se articulen sin dejar de lado las rencillas y desacuerdos entre sus dirigentes. Al respecto, quizá el caso más simbólico pero no el único es el de Marco Enríquez-Ominami, quien para algunos es parte importante del futuro de lo que se necesita sumar y para otros es el mayor responsable de la derrota.
Los riesgos de la indefinición para la Concertación son obvios: sin proyecto común, no hay agenda, y sin agenda, no hay un mensaje que convoque, que invite a sumarse. Se escucha con fuerza la idea de retomar el diálogo con el mundo social, en una lógica de causa común política frente al Gobierno, pero cuando no hay propuestas que ofrecer, el diálogo se hace infértil y no alcanza para recuperar las confianzas, menos cuando los interlocutores son los mismos que hasta hace poco, sentados en el pasado gobierno, les tenían que decir que no a sus demandas, hoy consideradas tan legítimas y urgentes.
Hay señales de quienes apuestan por la renovación, asumen esta urgencia por nuevos rostros y están dispuestos a dialogar fuera de los partidos, con un sentido más transversal, como ocurrió en el encuentro de figuras jóvenes de la Concertación en su Cumbre de Reñaca; ahí Claudio Orrego, Ricardo Lagos Weber, Marcelo Díaz, Felipe Harboe y Carolina Tohá pactaron un fair play entre ellos que asegure un ambiente propicio a sus nuevos liderazgos, reconociendo que faltan espacios de reflexión y de construcción de un proyecto común dentro sus propias colectividades.
Pero la Concertación sigue sin asimilar los cambios políticos ocurridos a partir de la pasada elección presidencial. Cuando ya ha pasado un año, su mayor problema es que esos cambios, lejos de detenerse, se han acelerado. Quizás cuando logren consensuar las causas de su derrota se vean enfrentados a que Chile siguió cambiando, y ahora lo hizo sin ellos en el gobierno.