Promocione esta página...

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Desde Juan Fernández, por Felipe Cubillos.



Desde Juan Fernández,

por Felipe Cubillos.



Escribo esta columna desde uno de los paraísos que existen en este lindo planeta, y es chileno. Está a unas trescientas sesenta millas náuticas del continente y fue quizás uno de los lugares más afectados por el maremoto.



En Desafío estamos trabajando desde el comienzo junto a los isleños y no dejo de conmoverme con sus relatos de esa fatídica noche del 27 de febrero; es que ellos prácticamente no sintieron el terremoto y sólo se dieron cuenta de lo que pasaba cuando el agua estaba dentro de sus casas. Sentimos un cariño especial, pues aquí, con la ayuda de Minera Collahuasi, construimos la segunda escuela post-terremoto. Ahora estamos trabajando para limpiar el fondo marino y muy luego iniciaremos, con la ayuda de Sercotec, la reconstrucción del comercio, actividad clave para que la isla y su gente vuelvan a la normalidad.



Pero lo interesante es entender cómo viven estos casi mil chilenos y cómo sueñan con volver a levantarse. Ayer, en el muelle, estaba el barco que una vez al mes los visita trayéndoles todo lo que necesitan para vivir. Si algo se les olvidó o faltó, deben esperar otros 30 días.



También, dos veces a la semana hay vuelos regulares de aviones privados y, para llegar al aeródromo, hay que navegar una hora aproximadamente.



No hay robos, por la sencilla razón de que no hay dónde escapar y todos se conocen. Las comunicaciones dentro de la isla son complejas e internet escasea. Gracias a Entel, que instaló un sistema satelital en la escuela, ello ha mejorado, al menos para los niños.



No hay muchas calles, pero sí algunos autos. No vi una planta de revisión técnica, así es que al menos no deben sufrir, como los santiaguinos, las interminables colas.



Ayer se celebraba el aniversario del descubrimiento de la isla, de modo que era día feriado y en una explanada se organizaban juegos de niños y adultos. Emociona y sorprende tanta alegría y resignación cuando alrededor todavía figuran toneladas de escombros producto del maremoto.



En su estado natural, es una isla mágica, que impresiona y encanta; su contorno es filoso y posee una flora y fauna nativas muy ricas. Para qué decir del buceo: uno de los mejores lugares del planeta. Ayer pude comprobarlo con mis propios ojos.



Definitivamente, es un grupo de chilenos admirables que necesitan nuestra ayuda, y a pesar de todas sus limitaciones geográficas y monetarias, comienzan a levantarse.



Déjenme contarles una experiencia personal. Rudy es un comerciante de la isla que, hasta antes del maremoto, se dedicaba al negocio turístico, administrando unas cabañas a la orilla del mar. Ayer se me acercó y me recordó una conversación que había tenido conmigo hace algunos meses, cuando inauguramos la escuela, y que, según él, le había cambiado la vida. Les confieso que me acuerdo de la escena pero me quedé muy preocupado de lo que le había dicho. Suelo no ser muy políticamente correcto (pido disculpas por la autorreferencia, pero lo importante no es mi comentario, sino que su reacción). «Estábamos varios amigos llorando nuestras penas a la orilla de nuestros comercios destruidos y tú pasaste delante de nosotros, nos saludaste y cuando nosotros esperábamos compasión, tú sólo nos dijiste me tinca que van a tener que organizarse y empezar a levantarse solos ya que el Viejo de Pascua no existe. Después de esa conversación, decidí que era tiempo de volver a volar: me fui al continente, pedí un crédito al BancoEstado y ya he comenzado un nuevo negocio de venta de pescado sellados al vacío», me explicó.



De eso se trata, Rudy. Ejemplos como el tuyo son los que necesitamos por todos lados en este país; cualquier reconstrucción parte por reconstruir del alma de cada uno de nosotros.