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viernes, 27 de agosto de 2010

Luces y sombras de la epopeya, por Roberto Ampuero.

Luces y sombras de la epopeya,

por Roberto Ampuero.


Nunca me había quedado más claro que en estos días de búsqueda de los mineros qué es ser chileno: para los de abajo, era saber que nunca los dejaríamos de buscar; para los de arriba, saber que teníamos que encontrarlos aunque fuese a chuzo y pala. Como nación los perdimos, como nación los encontramos y como nación los rescataremos.


No siempre ocurre así en el mundo, es bueno recordarlo. A veces se suspende la búsqueda pues se da por muertos a los mineros o el rescate se declara físicamente imposible. Surgen así un santuario, animitas, la peregrinación. Nuestra experiencia, única en el mundo, establece una precedencia nueva en el mundo: no importa en qué nivel están atrapados, la búsqueda no se cancela pues los mineros pueden estar vivos. Quizás ése es el mejor mensaje que un país puede enviar a su gente: eres mi hijo, no te abandono, te recuperaré.


Examino con alegría y orgullo cómo los medios internacionales celebran que los mineros estén con vida. Pero esos medios dejan entrever algo más: la existencia de una firme voluntad política gubernamental de buscarlos y rescatarlos; de una sociedad organizada y en funciones, que no escatima recursos en el rescate; de un país del sur que sorprende por la seriedad y eficiencia con que enfrenta retos. No es casual que afuera se subraye que se trata del mismo país que hace poco registró un número relativamente bajo de víctimas en uno de los peores terremotos de la humanidad. Es curioso, mientras el Bicentenario nos interroga por los rasgos de la identidad chilena profunda, los extranjeros advierten algunos de ellos a vuelo de pájaro: capacidad de resistencia, tenacidad, fe en nosotros mismos.


El modo en que en estas semanas Chile goza la comunión nacional expresa amor por el país y, además, otra cosa: expresa asimismo el anhelo íntimo de construir un país mejor, más solidario y acogedor, menos dividido y socialmente más integrador, de menos odiosidades, amenazas y temores, de más esperanzas y sueños compartidos. Expresa nuestra insatisfacción con el país que ahora tenemos, la convicción de que podemos construir algo superior, la sospecha de que en algún recodo de este camino de 200 años perdimos el rumbo, la inspiración inicial de los próceres. Expresa también que de los políticos no esperamos sólo pragmatismo y realismo, sino también la capacidad de soñar con una patria mejor en lo humano.


Como país carente de carnaval, sólo tenemos experiencia de comunión y catarsis nacional en terremotos, la Teletón, un mundial de fútbol o las fiestas patrias. La epopeya que escriben ahora Chile y los 33 mineros puede tornarse una coyuntura iluminadora si políticos, empresarios e iglesias, la sociedad en su conjunto, extraen las conclusiones acertadas y contagian al país de un proyecto verdaderamente nacional de dimensión humana, sin discriminación ni marginación. Tal vez a los chilenos del Bicentenario nos corresponda reinventar Chile.


Confieso que junto a las esperanzas abrigo también temores. Temo que, en un país con mala memoria, olvidemos a los mineros en estos tres o cuatro meses de rescate. Temo que políticos intenten llevar agua a su molino durante esta epopeya. Temo que intereses económicos comercialicen la etapa que viene, la conviertan en lucrativo reality show y perjudiquen la armonía entre mineros. Temo que perdamos la comunión profunda que alcanzamos. Temo que dentro de poco volvamos a ser los de antes.