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jueves, 12 de agosto de 2010

Crónica de una venta anunciada, por Gonzalo Rojas Sánchez.

Crónica de una venta anunciada,

por Gonzalo Rojas Sánchez.


Se ha resuelto por fin la disyuntiva práctica: la señal de Canal 13 cambia de manos.


Así, sólo comienza a consolidarse jurídicamente lo que se había iniciado de hecho -programa a programa- en las propias pantallas del 13, porque en realidad, ya unos 20 años atrás, las emisiones del canal habían cambiado rotundamente de orientación.


La universidad se está desprendiendo ahora de un porcentaje mayoritario de la emisora, pero dos décadas atrás fue desde el propio canal que se tomó la iniciativa para comenzar a alejarse significativamente de la universidad y de su misión.


La teoría de una televisión universitaria de fuerte impronta cultural -que a la Universidad Católica le exigía también una marcada orientación humanizadora desde el Evangelio- estaba clara en lo fundacional, pero la práctica lo fue cambiando todo.


Si se mira hacia atrás, no se debe medir la misión de Canal 13 por los minutos de sacerdotes en pantalla, ni por las películas pías de Semana Santa. Nadie sensato le pedía a la emisora que fuese la sucursal chilena de la Madre Angélica o que fuese, de verdad, el canal del angelito.


Lo que se le criticó durante dos décadas, con claridad y justicia -por cierto, muchas veces en el seno de la misma Conferencia Episcopal-, es que el canal dejara de humanizar; más bien, que contribuyera a deshumanizar.


Porque su problema principal no era ni litúrgico, ni bíblico, ni pastoral; era simplemente antropológico, de sentido y respeto de la persona humana. No fue la llegada de los rostros -bellos y muy caros- lo que metió al canal en tierra baldía; fue la instalación de los lenguajes disolventes, fue la consolidación de las imágenes agresoras, fue la emisión de noticias falsas (caso Gema Bueno), fue la exposición de los cuerpos ensalzados, fue la difusión del irrealismo mediante los realities .


El decano Pedro Morandé lo dijo con toda claridad: "El así llamado reality show , cuyo nombre resume la perversión de todo lo real, pretende hacer pasar por realidad, por espontáneo comportamiento, por 'actitud natural', una construcción artificiosa, manipulada, premeditada, arbitraria, llena de calculada violencia".


Rotundo. Pero, al aire, las cosas siguieron igual o peores.


¿Por qué? Porque por dentro -lo decían a susurros los pocos valientes que se inmolaron para tratar de enmendar el rumbo- la trama de los equipos periodísticos, artísticos y comerciales impedía todo retorno al humanismo. Era -y sigue siendo, quizás- una maraña impenetrable de personas que en su mayoría no comparten el proyecto humano de la universidad. Sintonizaron con el progresismo secularizador, tremenda novedad; quisieron llevar al 13 a la estela de la ideología dominante, seguros de que el eslogan "Lo pide la gente" validaba todos sus empeños, aunque hasta los números desmintieran su tarea.


Y ese personal -el verdadero dueño del canal hasta ahora- ha difundido y afirmado sus propósitos en tramoya y en pantalla. Estaban en su derecho, pero correlativamente era un deber cambiarlos o vender. Simplemente porque no se puede arar con esos bueyes, porque no se puede sembrar con esas manos, porque no se puede cosechar con esos instrumentos.


Por eso, el 13 no sólo perdió gradualmente a las audiencias maleducadas que encontraban más farándula y más agresividad en otros lados, sino que -y esto es lo más significativo- perdió también a los telespectadores más cultos, justamente a los que consideraban, con toda razón, que en las pantallas se reflejaba poco y nada el sentido cristiano de la persona humana. Y se fueron a Mega (donde, por cierto, a veces se encontraron con más de lo mismo).


Veinte años atrás pudo corregirse; ahora, sólo correspondía vender.