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lunes, 23 de agosto de 2010

El perfil chileno del Huáscar, por Sergio Villalobos Rivera.


El perfil chileno del Huáscar,

por Sergio Villalobos Rivera,

Premio Nacional de Historia 1992.

Cada cierto tiempo, algún chileno que desconoce la historia del país propone o secunda la idea de devolver el famoso monitor, víctima de un complejo de culpabilidad que no tiene la menor razón de ser.


Poniendo las cosas en su lugar, hay que tener en cuenta que el Perú buscó permanentemente una superioridad naval sobre Chile para asentar un gran dominio en el Pacífico sudamericano. Nuestro país, en cambio, comenzó teniendo una política de apoyo a la nación del norte, como fue restablecer su libertad al combatir el protectorado del Mandatario boliviano Andrés de Santa Cruz, entre 1836 y 1839. Recordemos que con nuestro triunfo en la Batalla de Yungay “el pueblo peruano cantó libertad”, según el himno conmemorativo.


Años más tarde, en 1865, Chile salió en defensa del Perú que era agredido por España y el resultado fue deplorable: el puerto de Valparaíso, absolutamente indefenso, fue bombardeado por la escuadra hispana, quedando destruidas las instalaciones portuarias y la parte céntrica de la ciudad. Además, numerosos barcos chilenos cambiaron de bandera, produciéndose un descenso de la marina mercante.


El Perú, lejos de reconocer la ayuda de su aliado chileno, tuvo una actitud doble. En medio del conflicto, La Moneda ordenó adquirir en Estados Unidos una nave poderosa capaz de enfrentar a las españolas, pero la gestión fue entorpecida por el Perú, y Chile no pudo concretar la adquisición. El gobierno de Lima fue más lejos aún, efectuó trámites en Londres para que dos fragatas relativamente modestas compradas por nuestro país fuesen retenidas y no se las dejase partir.


En esa forma respondía el país del norte al esfuerzo y sacrifico de la nación que había salido en su ayuda. La actitud contraria a Chile fue un rasgo permanente del gobierno limeño. Uno de sus presidentes había declarado que si Chile adquiría un barco, el Perú debería adquirir dos.


Durante la década de 1870, el gobierno de Lima desarrolló una política en contra de Chile, que fatalmente debía conducir a la Guerra del Pacífico. Celebró con Bolivia el Tratado Secreto de 1873, falsamente presentado como “Defensivo”, pero cuyo objeto era enfrentar unidos a Chile, como era obvio y fue reconocido por autoridades de Argentina y Brasil cuando tuvieron conocimiento de su letra. El Perú procuró, además, encerrar a Chile, incorporando a Argentina en la alianza.


El ministro de Relaciones del Perú, José de la Riva Agüero, al informar al consejo de gobierno señaló “la supremacía que el Perú tenía y estaba llamado a conservar en el Pacífico”. Las malas artes de Lima llegaron a puntos muy oscuros. Se acreditó como representante en Bolivia a Aníbal de la Torre, con el objeto de presionar para que se declarase la guerra a Chile bajo el resguardo del Tratado Secreto, como lo reconoció años más tarde el propio Presidente del altiplano, Mariano Baptista.


¿Conocen estos hechos los generosos donantes del Huáscar? Al parecer, los libros de historia se publican inútilmente.


Mediante la alianza secreta con la Paz, el Perú tomó medidas que debían afectar a la industria salitrera chilena en Tarapacá y en el territorio boliviano de Antofagasta. Creó un monopolio estatal para la venta del nitrato y más adelante expropió las salitreras a cambio de bonos que serían pagados algún día. Los empresarios chilenos perdían sus oficinas de esa manera, quedando muy perjudicados.


Fue más lejos aún la política peruana. Con el fin de asegurar en el mercado la venta de su guano, que se batía en retroceso frente al salitre, y cortar la producción de éste, adquirió en Bolivia los terrenos salitreros del Toco, al interior de Tocopilla, valiéndose de interposita persona. De esa manera se aseguraba de que los chilenos no harían nuevas inversiones en el territorio boliviano. Creada esa situación, el gobierno de la Paz se atrevió a dar un paso de gran audacia: estableció un tributo sobre la explotación del salitre, rompiendo de esa forma el Tratado de 1874, que le impedía establecer nuevos tributos, y como esa disposición quebrantaba el derecho, luego determinó invalidar la concesión de los terrenos salitreros. Era una burla indigna que no podía sino arrastrar a la guerra.


Los sucesos navales de la lucha son bastante conocidos: Iquique y Angamos con el sacrificio de Prat y del almirante Grau.


Capturado el Huáscar, que era una nave anticuada y poco eficaz en el combate, fue incorporada a la Marina, que la hizo reparar y modificar en algunos aspectos.


En esas condiciones participó en el resto de las campañas, desempeñándose audazmente con el tricolor al tope. Tomó parte en el bombardeo en las fortalezas de Arica, donde murió trágicamente su comandante Thompson que, en el puente y sin resguardo alguno, dirigía las operaciones. Un proyectil de artillería le dio en el cuerpo, aventándolo por completo. Sólo se encontraron la espada y algunos dientes incrustados en el piso de la cubierta.


El Huáscar participó todavía en los movimientos de la Escuadra y estuvo presente en la costa de Miraflores durante el avance de las tropas chilenas.


No hay duda de que el monitor es parte de la gloria chilena, no sólo por el Combate de Iquique, sino por sus acciones como nave del país en el resto de las campañas, nos pertenece plenamente, y es extraño que personas de notoria actuación política ignoren esas circunstancias.


Es indudable que también el monitor genera buenos recuerdos en el Perú, pero en lugar de promover una devolución, que deterioraría la integridad moral de la nación chilena, es posible pensar en un monumento conjunto a Prat y Grau, que podría levantarse en las playas de Iquique. En un sentido complementario, sería muy positivo que el gobierno del Rímac ayudase a reflotar los restos de la Esmeralda y, por añadidura, los del Loa y el Angamos, hundidos mediante celadas en aguas peruanas.


En esto de devolver el Huáscar puede percibirse en el desconocimiento real y complejo de la historia, una dosis de ingenuidad y el deterioro del sentimiento nacional.