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sábado, 21 de agosto de 2010

El fútbol contra el crimen, por Agustín Squella.


El fútbol contra el crimen,

por Agustín Squella.

Si algo constituye al Estado, es el monopolio del uso de la fuerza. El derecho, junto con prohibir la fuerza entre las personas, la reserva para el Estado, y provee de ese modo una paz relativa en la sociedad. Relativa, es preciso reiterar, porque siempre se producirán actos de fuerza que deberán ser sancionados, y porque la fuerza que el derecho prohíbe a las personas es la misma que él emplea para castigarlas con la privación de su vida, de su libertad, o de parte de su patrimonio, según la distinta naturaleza de las penas.



No por ello, sin embargo, el derecho se equipara a la fuerza, y si se lo representa por medio de la figura de una mujer que en una de sus manos blande una espada, no hay que olvidar que en su otra mano sostiene una balanza. Balanza y espada se complementan, de manera que aquélla sin ésta equivaldría a un derecho impotente, y ésta sin aquélla a la fuerza bruta. Fue Ihering quien señaló, por lo mismo, que el derecho no reina sino allí donde la fuerza que se utiliza para manejar la espada iguala a la habilidad que se emplea para sostener la balanza.



El fútbol, no la academia, es el responsable de tales disquisiciones, aunque no cualquier fútbol, sino el que se juega en Ciudad Juárez por Los Indios, el equipo local que ascendió a la división de honor del balompié mexicano luego de disputar un partido que concitó un interés tal en la población como para que no llegara a concretarse la amenaza de muerte que el cartel de Juárez había dirigido contra todo habitante de la ciudad que saliera a la calle en fechas que incluían la del partido. Seducidos también por la expectativa y la magia de ese partido, los narcos no abrieron fuego contra nadie, y las únicas detonaciones que se escucharon durante la jornada fueron los petardos de celebración de los enfervorizados hinchas que salieron en masa a recibir a los futbolistas que arribaron al aeropuerto luego de conseguir de visita el preciado ascenso. El fútbol, tan denostado por la violencia que produce en los estadios, se transformó así en una alegre y eficaz medida de seguridad contra el crimen organizado. Adicionalmente, hay estadísticas en Ciudad Juárez que dan cuenta de una significativa disminución de balaceras y muertes atribuidas al narcotráfico cada vez que Los Indios hacen de local y la población se vuelca feliz a verlos jugar y a tomar cerveza en el estadio Benito Juárez (un lugar más seguro para ese delicioso menester que cualquiera de las cantinas de la urbe), según mostró en este diario un excelente reportaje de Gaspar Ramírez.



México, lo mismo que Colombia -en un caso por la cruenta violencia que ejercen los carteles y en el otro por la persistente actividad de la guerrilla-, se pone cada tanto al borde de lo que se considera un Estado fallido, o cuando menos semifallido, a raíz de que sus gobiernos no consiguen tener éxito duradero en el monopolio del uso de la fuerza dentro de sus respectivos territorios.



Así las cosas, y aunque se trate de una situación aislada, de una suerte de golondrina que no hace verano, el fútbol se ha probado en Ciudad Juárez como un eficiente antídoto contra la violencia, quizás porque se trata de un juego que comparte con la política ser sustituto de la guerra, o, si se prefiere, la continuación de la guerra por otros medios, pacíficos desde luego, por mucho que en ocasiones el árbitro tenga que mostrar tarjeta roja a un jugador o los organismos internacionales hacer algo parecido con los gobiernos que olvidan que la democracia cuenta y no corta cabezas.



El fútbol nunca calificará para el Nobel de la Paz, pero la contribución de Los Indios y del estadio Benito Juárez a mejorar los índices de seguridad son una prueba alentadora de cómo ese y otros deportes se suman al derecho para conseguir la paz relativa de que disfrutamos como resultado de vivir en sociedad.