Cruzando los puentes,
por Cristina Bitar.
La última semana ha estado marcada por los comentarios y polémicas sobre las comunicaciones del gobierno y la imagen presidencial, tema sobredimensionado en la forma y en el fondo, que, sospecho, después de unas pocas semanas estará olvidado. Sin embargo, en estos mismos días han ocurrido otros hechos de incomparable mayor importancia y proyección. Me refiero a una serie de situaciones decisivas en materia de derechos humanos que marcan un cambio profundo y que constituyen un verdadero hito del Bicentenario.
La Corte Suprema dictó su fallo final en el caso del asesinato del general Prats y su señora, hecho alevoso y deleznable ocurrido hace más de treinta años. El comandante en jefe del Ejército se ha referido en duros términos a los autores y ha tenido expresiones claras de solidaridad con las hijas del matrimonio asesinado. En el mismo sentido se ha expresado el Presidente de la República. La verdad es que el repudio es unánime: nadie en Chile en su sano juicio puede estar en desacuerdo con lo dicho por el general Fuente-Alba, y los que llegaron a perder todo sentido del bien como para cometer ese hecho de sangre reciben hoy no sólo la sanción jurídica, sino que también el repudio moral del país.
En estos mismos días, el Gobierno ha anunciado su disposición para dar acogida a presos políticos del régimen dictatorial de Cuba. Chile se puede convertir así en asilo de víctimas a violaciones de los derechos humanos de la dictadura más prolongada y opresiva de América Latina. El régimen castrista, que, todo parece indicar, vive sus últimos años en medio del repudio internacional y tratando de defender un sistema político patético y una economía de miseria, no ha tenido más remedio que abrir parcialmente las puertas de sus cárceles para aliviar la tensión internacional. Imposible dejar de recordar la caída del muro de Berlín al ver cómo se resquebraja la pared que el dictador Fidel Castro construyó y su hermano hoy trata de afirmar ante su inminente derrumbe.
Pero ante este espectáculo de la represión castrista se ha alzado por primera vez, de una manera formal, nada menos que un dirigente de primera fila del Partido Socialista de Chile: me refiero a Fulvio Rossi. Tantas veces me he sentido lejana a Fulvio, a sus opciones políticas, pero esta vez no puedo menos que reconocer que sentí admiración por él y alegría por la democracia chilena. Así como cuando vi a dos senadores chilenos, adversarios en nuestro país, ir juntos a defender la democracia en Venezuela: me refiero, por cierto, a Patricio Walker y Andrés Allamand.
Muchas veces hemos escuchado que Chile está en “tierra derecha” para alcanzar el desarrollo, pero este concepto encierra mucho más que ingreso per cápita. Es también solidez institucional, efectiva vigencia del estado de derecho, madurez política, lo que se refleja en lo que llamamos los grandes consensos: aspectos como el respeto a la dignidad de la persona que ningún régimen puede atropellar.
El siglo XX fue una época en la que, digamos la verdad, nuestra clase dirigente no tuvo el mismo rigor para juzgar siempre las violaciones a los derechos humanos y se relativizaban las opiniones dependiendo del color político del gobierno transgresor de estos derechos. Recordemos que, ya en democracia, llegamos a recibir, como algo normal, al ex líder de Alemania Oriental, el mismo que gobernó con el muro y fue responsable de la muerte de personas que no cometieron otro crimen que tratar de cruzar a la libertad.
Hoy, en el siglo XXI, vivimos otros tiempos. Estamos empezando a cruzar los puentes que nos separaban del respeto sin apellidos y sin color político a los derechos humanos. Parece que es verdad que podemos ser un país desarrollado.