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jueves, 18 de junio de 2009

Entre los escolares y Dios, la universidad, por Gonzalo Rojas Sánchez.



Entre los escolares y Dios, la universidad,
por Gonzalo Rojas Sánchez.

Si Dios existe, lo vamos a matar". Totalmente lógica la intención de un grupo de secundarios, hoy culturalmente movilizados.

Generación tras generación, esa misma minoría ha logrado asesinar, hasta ahora, a casi todo el que se les ha puesto por delante: profesores a cargo de sus cursos (sólo un pequeño y heroico grupo insiste en tratar de educarlos); sus propios padres de familia (unos pocos se dedican a sus hijos, los demás claudicaron); alcaldes responsables de sus liceos (casi todos luchan por las subvenciones y poco más); políticos interesados en la juventud (pero muchos muertos de miedo de ser rechazados por el mundo juvenil), y periodistas que cubren el sector (uno que otro, con los pies en polvorosa ante el riesgo de paliza).

Así han ido quedando muchos muertos por el camino, a manos de jovenzuelos apenas púberes que ya se creen dioses, aunque intuyen que todavía les queda todo un Dios verdadero por destruir.

No es novedad; viene pasando hace más de 20 años, hasta el punto de que hay cuarentones que reniegan de toda autoridad, porque se acostumbraron desde la enseñanza media a disparar contra toda divinidad.

Con estos últimos es poco lo que se puede hacer; pero al grupo que recién despunta, a estos choritos de primero a cuarto medio, sólo cabe transmitirles un mensaje fuerte y claro desde la única institución que puede considerarse sobreviviente de esta debacle y con las fuerzas suficientes para resistir nuevos intentos de asesinato: la universidad.

La convicción -por el bien de Chile, de ellos mismos y de la propia universidad- tiene que ser una sola: sabemos que quieren llegar adonde nosotros; sean bienvenidos, los estamos esperando, pero no les vamos a aguantar ni una y el resultado seguro es que los vamos a educar... o se tendrán que ir.

Tendrían que matarnos para evitarlo, porque entre Dios y ustedes, sólo va quedando la universidad, única realidad a la que algo de respeto le tienen y que, si no se aburguesa definitivamente, es la sola reserva para educarlos.

Prepárense para la tolerancia cero (si los profesores nos disponemos seriamente a aplicarla, eso sí).

Eso debe significar que volvamos a los años académicos de 12 meses, con máximo 10 semanas de vacaciones (y no los insólitos cuatro meses libres que suman actualmente julio, diciembre, enero y febrero); que organicemos semanas de siete días, para enfrentar la mentalidad de tres días y medio con que muchos jóvenes quisieran ser tratados; que ni la marihuana, ni el carrete, ni los viajes sofisticados, ni la pertenencia a quizás qué absurda minoría, ni el plagio, ni la impuntualidad, ni el garabato, ni la patudez, ni el supuesto stress, ni nada de todo lo demás... serán bienvenidos ni en los cursos ni en los campus; que toda falta de rigor, toda memorización inarticulada, todo balbuceo bárbaro será corregido.

¿Asistencia libre? Sí. ¿Cercanía con los alumnos en un clima de confianza? También. ¿Aceptación frívola de sus malos hábitos escolares? Ni se lo sueñen.

Es decir, ni las tomas de los rojos, ni las tomatinas de los cuicos; tolerancia cero, porque esta institución, la universidad, es lo que va quedando, y si la machacan, no habrá vuelta atrás en la deshumanización que nos afecta.

Quizás aumentará la mortandad académica, pero eso simplemente sincerará antes lo que hoy está sucediendo en el mundo del trabajo, cuando el fracaso casi no tiene vuelta.

De esta convicción formativa podrían ser portadores los demócratas y cristianos. Pero no es así. Por el contrario, en estos días están sólo interesados en asegurarles privilegios a los mismos que siempre han incentivado, especialmente entre los más jóvenes, el asesinato de Dios.