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viernes, 28 de octubre de 2011

La clave es la actitud Por Sergio Melnick.


La clave es la actitud

Por Sergio Melnick.





La polarización crece y crece, y el pronóstico es cada vez más sombrío. ¿Se estarán dando cuenta nuestros políticos? La violencia en cualquiera de sus manifestaciones es la antítesis de la democracia y de la educación. En Chile ya podríamos hablar casi de tendencia, cuando los tres últimos ministros de Educación han sido agredidos: Mónica Jiménez, Joaquín Lavín y ahora Felipe Bulnes. La Cámara debe ser desalojada, porque donde se debe dialogar llevan público que vocifera e insulta. El Senado es invadido y paralizado. Los encapuchados se toman la ciudad y ya van 600 o más carabineros heridos. Hay saqueos y destrozos de la vía pública. La líder de los estudiantes universitarios —que no representa a los más vulnerables, que van a las universidades privadas y centros técnicos— dice que a Chile lo gobiernan los saqueadores. Los políticos simplemente ya no se escuchan entre sí. El tono sube, y las palabras sacan palabras.



Si les creemos a las encuestas, la ciudadanía ya no respeta a su clase política. El presidente del Senado, más que currículo, pareciera tener un prontuario: escándalo de facturas falsas, intento de manipulación de la justicia, abuso de autoridad por excesos de velocidad, pronósticos sombríos de epidemias, abuso del envío de cartas a través del Congreso, validación de la violencia en la toma del Senado y ahora, además, un fuerte llamado al orden por el Colegio Médico. Según Tomás Mosciatti, administra además una máquina de favores a través del partido, el tipo de política que agotó a la población y le hizo perder las elecciones a la Concertación. Y es la segunda autoridad del país. Quizás a él se refería la líder estudiantil.



Por su parte, los adultos renuncian a su responsabilidad esencial y no les ponen límites básicos a los niños y adolescentes. Los adultos, básicamente, no estamos “educando” a nuestros jóvenes. Los rectores de las universidades públicas salen a protestar con sus alumnos, y por cierto ahora no son capaces de iniciar las clases: perdieron su autoridad y sus estudiantes no les tienen respeto. El Colegio de Profesores tiene un presidente con arranques racistas, que ha perdido también toda autoridad. Cuando los encapuchados se refugian en los campus y desde ahí lanzan bombas incendiarias, los rectores no hacen nada ni permiten que la fuerza pública entre a buscar a esos delincuentes. En fin, los jóvenes están todavía en formación, tienen aún poco conocimiento, casi sin experiencia de la vida, y creen saber más que sus padres y profesores. Simplifican la escurridiza realidad precisamente porque son jóvenes y eso está bien, pero ¿qué hacen los adultos?



La sabiduría es naturalmente escasa en la juventud, y es justo la clave de las sociedades evolucionadas. Por ello no las dirigen los más jóvenes. De hecho, en nuestra Constitución se requiere tener al menos 40 años para postular a la Presidencia. Detrás de eso hay una razón poderosa: hay ciertos tipos de conocimiento que requieren de la experiencia, aunque los jóvenes ciertamente rechazan esa premisa, porque son jóvenes como todos lo hemos sido y lo hemos pensado así.



Los estudiantes quieren educación pública y gratuita. Es legítimo pero debatible en sus múltiples complejidades y por cierto en la esencia. Hay opiniones diversas, y para eso está el Congreso. Los estudiantes quieren que los colegios fiscales dependan del Ministerio de Educación. Legítimo, pero podrían estar equivocados ¿o no? Quieren el fin al lucro, confundiéndolo con la codicia. Legítimo, pero hay opiniones muy diversas al respecto. Los estudiantes simplifican todo en blanco y negro, porque no tienen información ni experiencia para ver las tonalidades y sus complejidades. Quieren nacionalizar los recursos naturales. De nuevo, legítimo, pero hay muchas opiniones igualmente válidas. Creen que todas las respuestas son sí o no, y que se zanjan en plebiscitos. En fin, son aún estudiantes. Son los adultos los que fallamos, y en particular los líderes del país.



El camino hacia el éxito de nuestra sociedad pasa por un cambio de actitud de todos. No se trata de ver las cosas como esto versus lo otro, sino esto y lo otro. La inclusión y la tolerancia son la clave, no la polarización. En lo que está pasando, todos llevamos una cuota de responsabilidad, pero obviamente la tienen un poco más los líderes, que simplemente no están dando el ancho, no nos están proporcionando gobernabilidad.



La actitud y el respeto no dependen de nadie más que de nosotros mismos. Por eso son la gran clave para partir.

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